Revista Cultura y Ocio
Ir al cine para ver Die Zauberflöte (La flauta mágica) retransmitida desde el Festival de Salzburgo me obliga a traer al blog esta enigmática ópera sobre la que confieso que siento una especie de amor y odio, atracción y rechazo, sobre la que deliberadamente había evitado hablar en el blog, pero ya va siendo hora de que me pronuncie.
Todos estaremos de acuerdo en que La flauta mágica, la ópera (en realidad un singspiel) de un Mozart maduro con libreto de Emanuel Schikaneder, refleja los ideales de la Ilustración en cuanto defensora de la razón, la igualdad y la libertad y por supuesto de la Revolución Francesa, en este caso serían libertad, igualdad y fraternidad. Pero es también una obra en la que caben, por lo menos, dos lecturas bien distintas: la que ve la ópera como una obra masónica y la que la considera un cuento mágico. Evidentemente los dos puntos de vista pueden agruparse y combinarse entre sí, eso es lo que debieron pretender Schikaneder y Mozart.
Si La Flauta Mágica subsiste en el repertorio, y no lo ha abandonado nunca, se debe exclusivamete al genio de Mozart, a su música, a su capacidad para unificar elementos tan heterogéneos como el signspiel alemán, la ópera bufa, la ópera seria y el oratorio. Poco me importa si el director de escena de turno opta por respetar el simbolismo masónico y la moda egipcia de la época o si, por el contrario, se centra en la comedia mágica pseudo-infantil. Jens-Daniel Herzog ha optado por desentenderse de los dos enfoques clásicos de la ópera y la ha trasladado a la actualidad. Una actualidad en la que el libreto de Schikaneder no se respeta en absoluto y en la que algunos elementos chirrían bastante. Sarastro y la Reina de la Noche se disputan la herencia del difunto marido de ésta, el círculo del sol (un cacharro con una luz intermitente que Sarastro lleva colgando del cuello del que sale un tubo que se conecta a su nuca). Pamina, la hija del matrimonio, está bajo la tutela forzosa de Sarastro, que está enamorado de la joven. La Reina intenta manipular a Tamino para que acuda en su rescate, lo acompañará el pequeño comerciante Papageno, un personaje que se encarga de proveer a la Reina y a su pueblo de delikatessen avícolas. Sarastro, que pertenece a una secta religiosa, está al frente de una institución educativa (una especie de internado) dominada por el sexo masculino y negadora de todo instinto sexual (han llegado a la manipulación genética y a la creación de unos extraños seres mitad ancianos, mitad niños, la conjugación de sabiduría y juventud), de alguna manera su atracción por Pamina le atormentará. Monostatos es un inmigrante que intenta abrirse hueco en el mundo de Sarastro pero que también termina enamorándose de Pamina y no podrá contener sus impulsos, al final será expulsado y se aliará con la Reina de la Noche. El mundo de la Reina es el opuesto al de Sarastro, en él impera la sensualidad, el erotismo, la lujuria y la libertad sexual (transexuales comprando productos a Papageno). Pamina y Tamino se encuentran en el medio entre estos dos mundos, a través del amor y de la búsqueda de un camino personal la pareja, junto al materialista de Papageno y su Papagena, terminarán venciendo a ambos. Menuda empanada. Pues a mí, a pesar de sus incongruencias y la falta de adaptación a situaciones concretas plasmadas en el libreto (cuando Tamino afirma que la serpiente se está acercando y la tiene ya agarrada con las dos manos) no me ha disgustado y es que nunca he sido muy amigo del libreto de esta ópera. En algunos momentos he soltado una carcajada, como cuando Tamino se queda en camiseta interior y calzoncillos, mientras Pamina va con una especie de picardías, para superar las pruebas del fuego y el agua.
El vestuario, la iluminación y los decorados me han parecido acertados. Y excelente la dirección de actores.
Pero el mayor aliciente de esta Flauta mágica salzburguesa era la presencia del Concentus Musicus Wien bajo la batuta del austríaco Nikolaus Harnoncourt, la primera vez que Harnoncourt recurre en Salburgo a su orquesta de instrumentos de época, fundada en Viena el año 1962, con anterioridad siempre había ido a Salzburgo acompañado de la Filarmónica de Viena. Pero no es la primera vez que una orquesta de la corriente historicista actúa en el festival, ya lo hizo con anterioridad Minkowski con Les Musiciens du Louvre. Más allá del mayor o menor rigor histórico, parece que termina imponiéndose la idea de que los instrumentos de época se adaptan perfectamente, desde un punto de vista técnico, a la música de los siglos XVII, XVIII y primera mitad del XIX, sin que eso deba significar el destierro en estas lides de la orquestas tradicionales. El debate entre orquestas historicistas frente a orquestas modernas está ya superado, lo importante es que, sea como fuere, la cosa suene bien y esté dirigida con talento. Y eso es lo que ocurre con Harnoncourt y su formación.
En cuanto a los cantantes ya lo decía Joaquim el otro día en su blog (In fernem Land - Salzburg 2012: Die Zauberflöte) y estoy totalmente de acuerdo con él, el reparto es solvente, no hay fisuras, nadie está mal pero queda lejos de lo extraordinario. Era el siguiente: Georg Zeppenfeld (Sarastro), Bernard Richter (Tamino), Mandy Fredrich (Königin der Nacht), Julia Kleiter (Pamina), Markus Werba (Papageno), Elisabeth Schwarz (Papagena), Rudols Schaschnig (Monostatos), Snadra Trattnigg (Primera Dama), Anja Schlosser (Segunda Dama), Wiebke Lehmkuhl (Tercera Dama), los niños solistas del Tölzer Knabenchor. Quien menos me ha convencido ha sicho Schaschnig como Monostatos, le ha faltado vis cómica, no me ha gustado su impostación y el canto me ha parecido bastante abrupto, y quien más me ha gustado a sido el tenor Bernard Richter, muy ligero pero con timbre que a mí me ha parecido hermoso y un estilo de canto mozartiano muy pulido, intuyo que debe bordar el Evangelista de las Pasiones de Bach.