Capítulo 18 AtletaHoy no es un día cualquiera. Me toca correr durante doce minutos unas cuantas vueltas. La competición empieza a las cuatro y media.Pero antes, estaré en clases aburridas, concretamente en literatura universal. Sí, cada vez empieza a haber más deberes y estoy a punto de realizar la primera semana de exámenes del curso.Bastante hace que el frío está tomando Les Àguiles. Aunque, siempre me envuelve gente fría. Cojo la chaqueta y me voy con Roses, Albert y los demás al patio, para seguir con la tradición de charlar sobre profesores, novios y amores, intercambiando una gran variedad de carcajadas. Si os he de ser sincero, estoy enamorado de Jessica desde principios de noviembre. Vale, me hace tilín. Pero estoy totalmente convencido de que su piel pálida, sus pasitos de lebrel y sus rizos achocolatados me cautivan. Para ratificar esta satisfacción, necesito acercarla y alzarla ligeramente hacia mi cuerpo, viendo sus ojos color café y su inocente sonrisa.Pero de todo esto no quiero que se entere Ainara. Permanece el cariño que tengo por ella y anhelo viajar para podernos ver.He acabado de comer y esta tarde celebro la prueba atlética de gimnasia. Por orden alfabético, me toca correr en la segunda tanda con el referente y competitivo Gerard. Ahora mismo, han empezado los del primer grupo y a los pocos minutos, algunos corredores se han disgregado del pelotón. El primero gana de calle y va decidido a pasar por la línea de salida tantas veces como pueda. Mientras dobla a los demás en vueltas, yo las doy a Ainara. Miro el horizonte que divisa el campo y el cielo. Ella es atleta también, ahora que me acuerdo. Cada vez falta menos para vernos y a una distancia de seiscientos kilómetros, ella me da felicidad y no me extraña que hoy por hoy piense en alcanzar el objetivo de conocerla en persona.Finaliza el primer turno. Me toca correr y dar lo mejor. Me fijo en el cielo y entre las nubes se muestran unos pocos rayos de sol. Creo que está a punto de llover y el tiempo es afín a mi estado de ánimo. En fin. Me sitúo en la línea de salida y entre mis profundas cábalas, se oye un “¡ya!”. Automáticamente se disipan mis reflexiones y mis piernas van cada vez más rápido. Seguidamente, voy avanzando posiciones y me destaco en los primeros puestos. Por fin, he activado mi agilidad atlética y en un momento dado, bajan el listón. Algo que no quiero hacer con Ainara. Quiero seguir en un ritmo bueno, dando zancadas e ir por la senda que conduce Euskadi.Mierda, hay un chaval que está pisando fuerte. Se acrecientan las ganas de poder igualarle. Deseo subir la marcha sin forzarme demasiado, porque así no tendría ningún problema en aventajarse e incluso doblarme. Aún así, me la voy a jugar. Realizo un sprint y me coloco el primero. Maquinalmente, giran las cabezas y el segundo adivina mis intenciones. Me alcanza. Codeamos. Competimos. Pero ninguno de los dos quiere cansarse y debilitarse más. Primera vuelta completada. La profesora de gimnasia nos da el aviso y nos exhorta a no parar.Me estoy empezando a fatigar. Esta vez, no hay cuatro corredores taponándome el paso. Sólo me obstaculizan mi contrincante y mi poca energía. De fuerza, podré presumir poco. Sin embargo, poseo bastante resistencia física en las carreras. El contador avisa.No puedo más. Se me consume la energía máxima. Así que algunos adversarios aprovechan mi desgaste para adelantarme y sacar un buen trecho. Como hay un pelotón bastante distanciado, ahora me encuentro en tierra de nadie, sin presión ni tensión. Volviendo a una velocidad normal, sin apretar el acelerador. Y es así como contemplo el paisaje seco que se distingue, en el campo de poniente. Bastante relajante, pero nada húmedo en comparación con el de País Vasco y vacía de gente con su delicadeza…