Leo lo que Diego Contreras escribe en su blog La Iglesia en la prensa, acerca de Benedicto XVI como hombre de gobierno, referido en concreto a dos grandes decisiones del Papa, y que me parece digno de ser reproducido aquí:
He leído en varias ocasiones durante esta semana que entre las diversas facetas de su pontificado, el Papa “ha suspendido” en el apartado de gobierno. Se señala como ejemplo que no ha llevado a cabo la necesaria reforma de la Curia Romana. A pesar de que todos coinciden en que es cada vez más urgente repensar las estructuras del gobierno central de la Iglesia, ni el Papa filósofo (Juan Pablo II) ni el Papa teólogo (Benedicto XVI) la llevaron a cabo. Evidentemente, tenían otras prioridades.
Me parece reductivo, sin embargo, limitar la valoración del gobierno a la no reforma de la Curia Romana (tema –anoto velozmente- que corre el riesgo de convertirse en el chivo expiatorio de todos los males de la Iglesia). Recordemos cómo se ha enfrentado con el principal problema de gobierno que ha tenido que lidiar en sus casi ocho años de pontificado: los casos de pederastia cometidos por sacerdotes -referidos, por lo general, a décadas pasadas-, unidos a la acusación de que la Iglesia los había “tapado”. Una verdadera crisis que el Papa ha sabido gobernar: ha puesto en primer lugar a las víctimas (se ha encontrado con ellas una decena de veces), la claridad de las normas, el rigor de las investigaciones, los procesos y las penas canónicas.
Lo ha hecho, además, en medio de una tormenta mediática que con frecuencia lo ha visto como destinatario de violentas acusaciones que, en realidad, habría que haber dirigido a otros. Es importante no olvidar que todo esto no era algo descontado: ha sido el Papa quien con gran tenacidad ha marcado el camino, venciendo resistencias y murallas, dando ejemplo de transparencia. Es sintomático que las palabras más duras sobre este tema las haya pronunciado él mismo.
BXVI llegó al papado diez años después de la edad en que la gente normalmente se jubila. Con el pasar de los años ha visto que le faltaban energías para ocuparse de muchas de las cuestiones que exige hoy el gobierno de la Iglesia universal. Entonces ha decidido que no era suficiente una presencia testimonial, sino que la barca necesitaba un timonel. Pienso que esta ha sido también una importante decisión de gobierno. Y, posiblemente, la más difícil.