Revista Opinión
En estos días tan impropios de la primavera, en que los fríos no acaban de irse con el invierno y las lluvias insisten en llenar los pantanos, desbordar los ríos y anegar campos y ciudades, negando a la meteorología su rigor como ciencia y confianza en su autoridad predictiva, globos sonda del Gobierno la emprenden contra un combustible ayer subvencionado por intereses industriales y hoy estigmatizado como veneno del aire. En medio del temporal, los ciudadanos que hicieron caso a las recomendaciones de los concesionarios y a la propaganda gubernamental se sienten víctimas de un engaño mayúsculo parecido a la estafa. Los quieren castigar por adquirir coches contaminantes, que enrarecen la atmósfera y favorecen las enfermedades, que les fueron vendidos con el lacito del ahorro y todos los sellitos recaudatorios de la legalidad cada vez que convino, por intereses compartidos, al Gobierno, a la industria automovilística y a la de la energía y derivados petroquímicos. Tan imprevisibles como el tiempo son los cambios de política de las élites que gobiernan con vaivenes nuestra realidad. Ni los diésel eran la panacea ni la lluvia una bendición para todos, pues solamente resuelven la parte del problema que se dignan a contarnos, ocultándonos toda la realidad. Ya casi hay más daños por la lluvia que por la sequía y más perspectivas de negocio con los propulsores ecológicos que con los carburantes convencionales. Y la culpa no es de los ciudadanos, pero tienen que pagarlo. Quedan -quedamos- avisados.