La dieta es fundamental para adaptarse a los cambios climáticos. Si no fuera por los medios de transporte rápidos y por las técnicas industriales de producción y conservación de los alimentos, consumiríamos exclusivamente frutas y verduras de temporada, además de cereales, legumbres y productos desecados, fermentados o curtidos.
Lo ideal sería seguir esta dieta natural de la temporada. No sólo nos libraríamos de consumir alimentos cultivados y manipulados con procesos industriales (uso de plaguicidas, fertilizantes químicos, cosecha demasiado temprana, cámaras de frío, conservantes…), también nos aprovecharíamos de las cualidades de los alimentos de invierno, que curiosamente son las que más convienen.
Aunque los vegetales crudos son siempre recomendables, la medicina tradicional china sostiene que su consumo debe moderarse en invierno porque la mayoría son de naturaleza energética fría.
En cambio, son especialmente recomendables las raíces y los tubérculos cocidos (zanahorias, nabos, cebollas, patatas, ajos o boniatos) y en general los potajes, los purés, las sopas y otros platos calientes y consistentes que ayudan a entonar el cuerpo.
No obstante, no se debe olvidar que hay que consumir siempre una buena ración de ensalada variada y fruta fresca del tiempo, sobre todo cítricos y kiwis, por su gran aporte de vitamina C, de reconocida eficacia para prevenir o reducir la intensidad de los resfriados y las gripes.
Se considera que la necesidad de calorías se incrementa un 5% cada 10 grados de descenso de la temperatura. Por eso conviene consumir más hidratos de carbono de absorción lenta, como los que se encuentran en las legumbres y el pan, la pasta, el arroz y los cereales integrales en general, para obtener suficiente energía: esto ayuda a mantener el cuerpo caliente.
También hay que incrementar ligeramente la proporción de grasas. Una ración suplementaria invernal se obtiene con un par de cucharadas de aceite virgen extra de oliva y un puñado diario de frutos secos (piñones y nueces especialmente).
Si el otoño y la primavera son estaciones que se llevan bien con las dietas depurativas, en invierno es preferible nutrir todos los sistemas e incluso acumular algunas reservas.
Raciones de legumbres y verduras
Las legumbres debieran comerse cuatro veces a la semana, dos como primer plato y otras dos como ingrediente de primeros platos o bien como guarniciones de los segundos. Lo ideal es combinarlas con verduras y arroz o patata, ya que si se les añaden ingredientes grasos resultan indigestas. Son platos consistentes, pero en invierno el sistema digestivo funciona mejor que en las estaciones cálidas, así que no hay nada que temer.
El riesgo de sufrir flatulencias se reduce con un buen remojo previo, cortando la cocción (a medio hacer se añade agua fría o se quita la olla del fuego durante unos minutos) o consumiendo las legumbres en forma de purés. Comino, hinojo o una infusión de manzanilla o poleo con anís verde, al final de una comida, también contribuyen a mejorar la digestibilidad.
Las patatas y el arroz y la pasta integrales han de estar presentes en el menú cuatro o cinco veces por semana. Es aconsejable combinarlas con verduras y proteínas poco grasas (atún, huevo duro, seitán, pollo o pavo…).
Algunos alimentos están especialmente indicados para equilibrar el estado de ánimo. Son los ricos en vitaminas del grupo B, beneficiosas para el sistema nervioso y el cerebro, y en vitamina D.
La última es sintetiza por la piel al recibir los rayos solares, pero como en invierno se reduce la exposición a la luz también disminuye la síntesis de esta vitamina, que se ha demostrado eficaz para combatir los síntomas de la depresión invernal.
Alimentos ricos en vitamina B son la carne, el pescado, la yema de huevo, la levadura de cerveza, los cereales integrales, los frutos secos y las legumbres, y en vitamina D, como los productos lácteos, los huevos y los pescados.
Algunos expertos recomiendan asegurarse la ingesta de oligoelementos (cobre, cobalto, manganeso, plata, cinc, silicio…), pues son importantes para la salud del cerebro y del sistema inmunitario.
Alimentos abundantes en micronutrientes son los frutos secos, las semillas, las frutas desecadas, las algas, el polen, la levadura de cerveza, el germen de trigo o el marisco.
Una buena idea es complementar la dieta con infusiones calientes y relajantes de jengibre o canela.
Fuente elcorreodelsol.com