Revista Cultura y Ocio

Dietario 206

Por Calvodemora

Dietario 206

La folletinesca Milady de Winter, la casquivana y mercenaria femme fatale de Alejandro Dumas, mal aconsejada por el Cardenal Richelieu, pierde la cabeza (literalmente) por amor al amor o al comercio, y no hay piedad con ella. Es la mala sin disimulo de cien sobremesas con brasero en cien tardes frías de invierno. Se es más inflexible con lo que se ha amado, paradójicamente. Se le inflige un daño acorde a la pasión que despertó. No sé medra en la comprensión del desamor, sino en su locura. Solo si no hubo deseo, en ese meandro de las emociones, se aplica un castigo menor o no se involucra uno tanto, aunque quién llamaría amor a lo que avivó ese deseo. No solo quien bien te quiere te hará llorar: también te hará más daño. Triste ese aserto, dolorosamente presente en esta sociedad en declive emocional, en zozobra y ensimismada. 

Ojalá el corazón humano no se atuviese a estos instrumentos de la venganza, y el amor concluyese con el amable protocolo de un café en una terraza, deseándose los amantes suerte y amores nuevos, amores mejores, en todo caso. Pero no es así, no suele serlo: el amante afectado, el que se cree dolido, dañado, violentado por el cese del amor o de la pasión o por su corrupción, se toma en mala medida la justicia por su mano y hace las veces de juez y de parte. Cojan cualquier novela romántica. Acudan al lamentable registro de maltratados y de maltratadores, de fuego sin dueño, de loca venganza. No son de amor sus prendas: las alienta el delirio de su enferma sangre. Se repite una vez y otra vez, y duele constatar la repetición. No hemos sido educados, me temo, a renunciar al amor, a darnos por vencidos, a considerar al otro un igual, no la propiedad que a veces se erige como sustancia del litigio, no el objeto del que podemos desprendernos con educación y afecto. O mía o de nadie, se dice o se escucha decir. Somos malos, en el fondo. Entiendo que no lo somos todos, que a alguien lo atraviesa la bondad y la expande y la comparte con quien tiene cerca. De ellos dependemos para proseguir. El amor, que mueve el sol y también las estrellas... No sé qué diría Dante del poliamor que ahora se decanta en sociedad como un licor y envenena la palabra y la hiere. 

A mí me queda la satisfacción de cerrar los ojos y ver a Lana Turner, la pérfida Milady de Winter, recamada de blondas de seda y juegos de palabras. Eso es también un acto de amor, un sencillo y puro acto de amor a la ficción. A la literatura o al cine. Hay mucho de él a poco que se busca: amor loco, amor fou, amor mentido, pero amor, ah amor, amor por encima de todas las rotos que produce, amor visible y amor cerrado a los ojos, amor fiero y amor manso, amor a los libros y a las piedras, amor a la raíz cuadrada y a los verbos copulativos, amor a las cartas (mas si amor las decora), amor al jazz hecho aire y al aire liberando jazz, amor sin palabras, amor carnal, amor a los hijos, amor antiguo y continuado tantos años después; ah el amor, qué no haríamos por saberlo nuestro y tenerlo a mano cuando la realidad, la muy casquivana también a veces, nos hostiga, nos hace caer, hocicar contra el suelo, sí, aunque el amor nos ice y haga que el mundo, una vez más, gire, avance, explote de luz como una estrella de cien puntas. Ya saben: quien lo ha probado, no lo reprueba.


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