Revista Cultura y Ocio

Dietario 99

Por Calvodemora

 Hay gente entendida que sostiene que se escribe de un solo asunto. Que ese argumento (breve o extenso) impregna todos los demás, por alejados de él que parezca. Yo creo que escribo sobre Dios. Soy, en una medida amateur, un teólogo privado. Todo está untado de Dios. A todo acude Dios y en todo deja su huella. No hay nada que pueda ser dicho que no posea una marca divina. Se puede creer o no en que Dios ande ahí, en su vigilia infinita, en su atalaya sin mancha, observando el camino que tomamos, pero es hermoso pensar que es cierto, aunque luego uno comprenda la extensión del engaño y se dedique a conferenciar en los bares sobre las cosas de la mística y haga chistes de una metafísica que reprobaría cualquier alumno de Filosofía. Es lo que tiene el alcohol, que desata la lengua y anima la temeridad. Hay quien dice cree y es descreído, en fondo, pero se contenta con esa fácil inercia. Yo, el que se descarrió del amparo de la madre iglesia y de todas los discursos con los que trata de mantener abierto el negocio, puedo creer. Soy un teólogo en ciernes. Están en mí los mimbres para que hocique sin resistencia a la llamada de la causa divina o para que acabe afiliado a la incredulidad y sienta (en el fondo) lo entrete nido que ha sido el viaje. En lo que no entra duda es que escuchando esta mañana a Purcell (un rato) y Bach (en otro) he caído en la cuenta de que la  música es emisaria de la divinidad. Alguna incluso su única depositaria. 



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