Revista Sociedad

Diez años de críticas

Publicado el 05 enero 2021 por Abel Ros

Corría el año 2011. Un año convulso a nivel social, político y económico. En lo social estallaba el 15-M, un movimiento inspirado en el librito de Hessel. En lo político, la derechización de Zapatero ante las exigencias de Merkel. Y en lo económico, la crisis sacudía a la clase media de los tiempos aznarianos. Como telón de fondo, la Primavera Árabe inundaba de noticias las portadas internacionales. En aquel año, los blogs estaban de capa caída. El auge de las redes sociales cambiaba las interacciones en los recovecos de Internet. Con treinta y seis años a mis espaldas, tenía clavada la espina del periodismo. Desde siempre, quise ser periodista. Quise, como les digo, pero no lo fui por cuestiones económicas. Mis orígenes humildes, impidieron, de alguna manera, que estudiara la carrera de mis sueños. Aún así, dirigí un programa de radio en la emisora de mi pueblo y fui alumno-trabajador de un Taller de Empleo. Un Taller donde aprendí las vocales del oficio.

En ese año, mi padre estaba pasando por un momento muy delicado de salud. El negocio familiar se desmoronaba como un castillo de naipes. Y mi vida laboral transcurría inmersa en la precariedad. Necesitaba hacer algo. Algo que insuflara aire fresco a tanta desdicha junta. Mi padre, aunque no hubiese ido a la escuela, siempre compraba El País. En mi casa, nunca faltaba la prensa. Desde muy pequeño, la actualidad nos acompañaba en los diálogos de la mesa. Esas tertulias familiares, despertaron mi curiosidad por la sociedad y la política. Tanto que cursé tres carreras, entre ellas Sociología y Ciencia Política. Recuerdo que todas las semanas, escribía cartas a los periódicos. Cartas escritas desde la indignación. Y cartas que caían en el saco roto de los sueños. Casi nunca eran publicadas. Me molestaba que tanta pasión por las letras. Que tantas noches en vela fueran arrojadas al cubo de la basura.

A pesar de que los blogs estaban en decadencia, decidí tener el mío. Y lo decidí porque encontré, en ellos, un vehículo hacia la libertad. En el blog podía ser yo. Podía escribir sin que nadie tosiera en mis escritos. Sin pasar por el "visto bueno" de los otros. Sin censuras, ni sesgos editoriales. El blog se convirtió en algo necesario en mi vida. Algo que, a voz de pronto, no comprendían ni familiares ni allegados. Algo que suscitaba burlas entre quienes no me comprendían. El blog se convirtió, durante unos años, en un amasijo de ilusiones y frustraciones. Ilusiones por querer ser un referente en el pensamiento colectivo. Frustraciones por luchar, en vano, ante una jungla de elefantes, enchufados y firmas de renombre. Aún así, el blog ha sido una fuente de satisfacciones. Satisfacciones cuando alguien deja un comentario. Y satisfacciones cuando profesores y periodistas reseñan mis artículos en sus clases y diarios.

Hoy, diez años después, sigo aquí. Sigo fiel a mis escritos. Y fiel a mi rincón. Fiel a esa energía que corre por mis venas. Energía, unas veces más fuerte y otras más débil. A lo largo de este tiempo, he estado a punto de decir "basta". De decir "hasta aquí". Hasta aquí porque en este país la prensa está ideologizada, y los versos sueltos no sirven para nada. Y "hasta aquí" porque un bloguero no es más que un intelectual de segunda. Por ello, amigas y amigos, a veces dejo el blog por temporadas. Temporadas donde dudo si merece la pena el camino. A veces siento cobardía cuando escribo. Y otras, valentía. A veces, prefiero desnudarme ante los otros. Otras, prefiero protegerme con el escudo guerrillero. El blog cumple diez años. Diez años es demasiado tiempo para seguir en la batalla. Pero también lo indispensable para escribir el "Game Over". Seguiré hasta que juntar letras no sirva para nada.


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