Se cumplen hoy diez años de la muerte por parada cardiaca de Antonio Buero Vallejo (Guadalajara, 29 septiembre 1916 – Madrid, 28 abril 2000), el más famoso autor teatral de la posguerra y renovador del teatro burgués.
Buero pasó varios años en las cárceles del franquismo, se le había condenado a muerte pero se le conmutó la pena. Se había afiliado al Partido Comunista en la guerra y después colaboró en su reconstrucción desde dentro, que es lo que tenía verdadero mérito porque te jugabas la vida de verdad. De sus años de cárcel nos queda un famoso retrato que le hizo al poeta Miguel Hernández y que se ha reproducido mucho, coincidieron en la cárcel de Conde de Toreno.
El destino de Buero era la pintura, tenía dotes y llegó a estudiar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando aunque tampoco hacía ascos a la escritura, en 1932, con dieciséis años, ganó un concurso entre alumnos de bachillerato y magisterio con el cuento “El único hombre”.
Después de la cárcel se orientó a escribir para el teatro y en 1949 gana el Premio Lope de Vega por su “Historia de una escalera” que obtuvo un éxito fulminante entre la crítica y el público. En esta obra ya se puede apreciar el tema central de toda su obra, la tragedia en sentido amplio y el sentido trágico de la vida, una tragedia que, en mi artículo, califiqué de «esperanzada» porque ese es el verdadero significado de su extensa producción que la crítica ha dividido en tres clases de obras: simbolistas, de crítica social e históricas.
No era la primera vez que una casa de vecinos era tema teatral pero lo había sido en el sainete, con una clara vocación cómica y componentes arquetípicos y de caricatura. En esta obra que se llamó inicialmente “La escalera” nada queda del sainete. El espacio físico de la escalera es el lugar donde en tres actos, con una secuencia que va entre 1919, 1929 y 1949, los personajes nos ofrecen sus ilusiones y sus fracasos, su pobreza y sus deseos. Asunción y el soñador de su hijo Fernando que vive en la ilusión. En otra casa viven don Manuel y su hija Elvira, los únicos ricos de la vecindad. Elvira está enamorada de Fernando que, a su vez, lo está de otra vecina, Carmina, que le corresponde.
Pasan diez años y Fernando se ha casado con Elvira y Carmina con Urbano, como suele suceder -en las obras de Buero el principio de verosimilitud se respeta de manera natural, hasta en las que tienen componentes de parábolas o, como en las históricas, en las que se recurre al pasado con intención de futuro-, que las cosas no salen según lo deseado. Elvira asiste al fracaso vital de Fernando, al que Carmina sigue queriendo.
Pasan veinte años y los hijos de Fernando y Carmina, que llevan sus mismos nombres, reviven el amor frustrado de sus padres en el primer acto y lo hacen en la misma escalera. El edificio es la encarnación del fracaso y ninguno ha podido salir de él pero hay una remota esperanza precisamente por la purgación de las pasiones que la tragedia ha desarrollado con el paso inexorable del tiempo. Insisto en que la obra fue un éxito extraordinario que convirtió a Buero en el dramaturgo más importante de su tiempo, posición que supo mantener muchos años.
Su producción fue extensa y mantuvo un nivel sostenido de calidad aunque para evitar la censura tenía que recurrir a cierto simbolismo críptico que hoy necesita explicación porque el contexto determina el texto en muchos casos. Fue protagonista de una fuerte polémica con Alfonso Sastre en las páginas de “Primer Acto” sobre la posibilidad o no de escribir en las circunstancias políticas en las que la creación se tenía que desenvolver en aquellos años. Buero demostró que era posible pese a las limitaciones y con excelentes resultados estéticos y hasta de denuncia social y política.
Entre sus títulos más valorados están: “En la ardiente oscuridad”; “La tejedora de sueños”, “Hoy es fiesta”, “Un soñador para un pueblo”, “Las Meninas”, “El concierto de San Ovidio”, “El tragaluz”, “El sueño de la razón”, “La Fundación”. En estas obras desarrolla un universo con el que se identificó. Creó una galería de personajes y de situaciones que permiten evolucionar a los caracteres representados, se van haciendo en las tablas, son criaturas con carencias físicas o psicológicas que destacan por su profunda humanidad aunque adquieran valores simbólicos en muchos casos y que alternan la acción con la contemplación.
En una obra tan extensa son muchos los matices, lo ángulos y las perspectivas pero todo Buero parte de un estado de carencia, de una situación problemática expuesta sin exageraciones, con normalidad, esa es una de sus mejores cualidades; a lo anterior acompaña la calidad del diálogo, el excelente manejo de los tiempos y de las sorpresas, un teatro sólido y muy bien estructurado. Citaré dos casos.
En el “El tragaluz” el principio es anodino pero pronto se deslizará hacia un relato, una historia que es en realidad un ataque feroz al afán de la dictadura de apoderarse de la historia, por reescribirla; en definitiva, por anular la libertad. En esta obra más que en otras se aprecian las sutilezas que tenía que usar para esquivar la censura.
En “Un soñador para un pueblo” presenta el fracasado intento de Esquilache de modernizar España pero no por el pueblo tan apegado a sus tradiciones sino por la acción de fuerzas ocultas y reaccionarias que actúan en las sombras. En este sentido sus obras históricas son muy simbólicas. In Memoriam.
Texto: Diez años sin Buero Vallejo. Antonio Garrido. Diario Sur. 27.04.2010.