LA NOCHE DEL DEMONIO (Jacques Tourneur, 1957)
Los planos de Stonehenge que abren La noche del demonio exponen, clarísimamente, la esencia de esta película de Tourneur: un viaje a los miedos ancestrales. Un choque extremadamente violento entre lo racional y lo irracional, que acaba provocando que las firmes convicciones sobre las que está cimentada la civilización moderna acaben tambaleándose con serio peligro de precipitarse a las creencias primigenias del individuo, perdidas en la noche de los tiempos. Por primera vez en un film de Tourneur el monstruo adquiere corporeidad física (además, en un diseño verdaderamente excepcional). Algo completamente necesario para que las intenciones de la película y su salvaje ambigüedad lleguen con la necesaria nitidez al espectador.
DRÁCULA (Terence Fisher, 1958)
Una de las mejores películas, no ya del cine de terror sino de toda la Historia del Séptimo Arte. Lógica extensión de La maldición de Frankenstein, también dirigida por Fisher un año antes, Drácula marca un antes y un después absolutamente categórico en el discurrir del género. Los colores se vuelven obsesivos, los momentos de impacto se subrayan y el sexo adquiere un protagonismo trascendental. Empero, todo ello, no deja de ser la impecable superficie que esconde una profunda reflexión sobre los cambios sociales (la burguesía desintegrando la sociedad estamental), la escisión psicológica del individuo (el choque freudiano entre el id y el superego, planteado en el enfrentamiento entre Drácula y Van Helsing) o el rol de la mujer reprimida por un universo machista.
LOS OJOS SIN ROSTRO (Georges Franju, 1959)
Aunque Los ojos sin rostro es la única película de Georges Franju adscrita al cine de terror, lo cierto es que el resto de la filmografía de este excepcional cineasta francés quedaría muy cerca de dicho género, si bien no a nivel argumental, sí en sus estructuras conceptuales. La locura, la obsesión por la muerte, las máscaras que ocultan la verdadera condición de los individuos, los universos enrarecidos y el amor como sentimiento autodestructivo son algunos de los elementos comunes a las obras de Franju quien siempre mantuvo una mirada sobre los mismos tan cerrada y turbadora que los resultados acaban quedando al límite mismo del horror. Los ojos sin rostro, delicada, terrible, inquietantemente poética es, quizá, su obra maestra
SUSPENSE (Jack Clayton, 1961)
Para quien esto suscribe, Suspense es la mejor película de la Historia del Cine. El porqué de ello sería arduo de explicar en tan poco espacio pero, ante todo, sería debido al influjo que transmiten las imágenes de Jack Clayton. Sostenidas en la sublime sinfonía de luces y sombras creada por Freddie Francis, el film diluye por completo la línea que separa el mundo real del “más allá”, planteando las espectrales apariciones de Quint y Miss Jessel con una naturalidad que resulta del todo pavorosa. Algo que queda admirablemente fusionado con la exacta traslación de toda la ambigüedad presente en la novela de Henry James (¿los niños ven realmente a los fantasmas o todo es producto de una mente reprimida?) y que tanto Clayton como una inmensa Deborah Kerr transmiten de manera excepcional.LA SEMILLA DEL DIABLO (Roman Polanski, 1968)Con La semilla del diablo cambia por completo el concepto general del cine de terror. El miedo ya no es producido por monstruos legendarios, asesinos psicópatas o doctores enloquecidos; quien verdaderamente produce miedo es el vecino. Roman Polanski se sirve de una novela de Ira Levin para realizar la magnum opus del horror contemporáneo. Una pieza cerrada, claustrofóbica, estrictamente sustentada en el punto de vista de su protagonista (una espléndida Mia Farrow) lo que acaba potenciando una ambivalencia en la esencia del relato que alcanza niveles sobrecogedores. La secuencia final (siempre sustentada en lo que no vemos) es, probablemente, uno de los momentos más terroríficos de la historia del género… y la nana compuesta por Krzysztof Komeda, escalofriante.