Leer puede ser un modo de afrontar el mundo, de atravesar distancias, de descifrar mensajes ocultos en las olas. Escribir puede ser la diferencia entre la vida y la muerte, entre el amor y la soledad, entre la comprensión y la desgracia, la última frontera contra el olvido o la injusticia. En este libro, el lector navegará por mares calmos y tempestuosos en donde los textos conversan, con diferentes voces, sobre un mismo tema: la lectura y la escritura.Esta antología reúne cuentos escritos por los diez primeros ganadores del premio El Barco de Vapor de acá, de Argentina, y todas las historias tienen como hilo conductor estos dos temas, la lectura y la escritura. Los autores son variados, todos tientan, y a mí siempre me resulta maravillosa la posibilidad de leer cuentos (de los buenos, más todavía si son para un público joven). Así que Diez en un barco resultó ser una compra obvia.
Y mejor aún, resultó ser una lectura hermosa.
Estos cuentos (de los que no quiero adelantar demasiado, porque algo de la magia de los cuentos está en leerlos sin saber de qué tratan) toman como eje, algunos más, otros menos, el tema de la escritura y la lectura, pero lo que resulta fantástico es que se animan a hablar de los efectos que pueden tener, de todo lo que puede construir la palabra, de los caminos que abre, de las emociones que dispara.
Así que puedo hablar de qué me dijeron a mí, sin decir nada de lo que cuentan, para ver si eso anima a otros a encontrarse con estas historias.
En "Hilaria suspendida" me encontré con palabras que sirven de escudo para defenderse del mundo, de todo lo que supera, excede y da miedo, y con otras más suaves, que vienen a romper la coraza y cantar al oído. En "Piedritas del río" las palabras pisaban con fuerza, construían miradas del mundo y, al mismo tiempo, personas y amistades. Todo el último fragmento de este cuento me resultó cercano, lleno de añoranza y ganas de vivir, porque estuvo todo cruzado por unas ganas de terribles de animarse a decir algo sobre la vida, de escribir qué le dice el mundo a uno.
Otros cuentos tenían palabras que dibujaban misterios (muy distintos, muy oscuros, muy divertidos), como "Carta a Joaquín, diez años después" o "El señor quería morir". Y "La mentirosa" arrastró al misterio un paso más allá y abrió preguntas con respuestas incómodas: ¿Las palabras mienten? ¿Las historias que arman las palabras son verdades o mentiras? ¿Quién se anima a creerlas? ¿Quién no?
Y "La oportunidad de Emma", "Futuro" y "En el asiento de tu silla..." presentaron palabras que pesan y transforman la vida. Cartas que definen un rescate, premoniciones que cambian el cuerpo pero sobre todo las ideas, palabras que se enroscan y parecen no tener ni pies ni cabeza, hasta que se entienden, como por arte de magia.
"El último viernes" me estrujó el corazón y me lo ensanchó, todo al mismo tiempo. En este cuento la lectura es un camino, es el camino, y es la salida de la tristeza y la entrada a nuevas posibilidades y nuevas amistades. De forma semejante (en el estrujamiento y ensanchamiento de corazones, digo), "Escrito en las olas" le da a la lectura un lugar importante en la ciencia pero, sobre todo, hace que sea como acariciar a alguien: es la vía de contacto, es la forma de conocer a otro y de entenderlo.
Me parece que no estoy alcanzando a decir todo lo que quisiera. Hay algo en la forma en que estos cuentos proponen que tanto la lectura como la escritura son caminos, formas de abrir el corazón y la cabeza a cosas nuevas, a sensaciones nuevas que sólo se entiende cuando se lee. Y cuando uno se anima a que la palabra entre y haga lo que quiera. Como en un barco, estos cuentos son un ir y venir agradable en el arte de la palabra.
Me gustaría poner este libro en algún estante alto para reencontrarlo en un par de años y leerlo de vuelta. Para ver si las palabras se dan vuelta y me dicen algo nuevo. Porque este libro tiene la fuerza que sólo viene de aquellos que alguna vez se encontraron con la lectura y se dejaron transformar algo adentro para después salir corriendo a escribirlo.
(Y con mi hermana, antes de leerlo, nos divertimos adivinando quién era quién en la portada, porque esa ilustración roba los ojos)