Relato
Cuando el decimocuarto regimiento de ingenieros, con destacamento en Virginia, se preparaba para partir hacia algún punto secreto de la ciudad de San Francisco, pudo oírse en medio de la noche al coronel Gaylord Perry gritar: <<¡¡dos mil hombres y más de cien máquinas de guerra preparadas para qué, para hacer de canguros!! Maldita sea, ¿pero es que se han vuelto locos en este jodido país? >> .
Cuando la Señora Dalloway vio aparecer la cara de su bebé sano y salvo en las noticias de las nueve, se dejó caer de espaldas al sofá; había pasado más de veinte horas de espera para poder averiguar el paradero de su hijo. Al verle en la pantalla del televisor totalmente desnudo, dentro de un parque infantil con forma de estadio de béisbol y rodeado de unos extraños, por perfectos, juguetes voladores, supo entonces que algo no iba bien.
Cuando me he despertado esta mañana y he recordado el sueño que había tenido -un enorme bebé de más de sesenta pies de alto que aparecía frente a mi casa, en el estadio de los Giants- como cada mañana, lo he escrito detalladamente y me he puesto a divagar acerca de su posible significado.
Cuando vi aquello desde nuestro helicóptero, lo primero que pensé fue en un desproporcionado y perfecto engendro publicitario. Al girar la cabeza nos miró con aquellos grandes ojos azules y una inmensa dulzura e inocencia en cada uno de sus rasgos; una gran sonrisa apareció en mis labios y deseé que ese momento no terminara jamás.
Cuando llegué al Hospital, en mi primer día de prácticas como médico residente, me ordenaron que me uniera a un grupo de más de cincuenta pediatras para atender a un bebé de no más de nueve meses. Entonces, durante el camino, pensé acerca de mi extraña suerte. Cuando llegamos al estadio de repente nuestra ambulancia se elevó como una atracción de feria, <<¿le habrán salido ya los dientes? >>
Cuando me dijeron que toda mi compañía había quedado sepultada después del derrumbe de una grúa gigante que había sido colocada en un parte del estadio, pensé: <>.