¿En qué se diferencian el monje y el masón?
El monje quiere ser uno, vivir unificado, subsumir sus propias diferencias y divergencias en una unidad que le viene dictada y que se le potencia desde fuera hacia adentro, desde un agente externo sobrenatural, al que puede llamarse Dios u otras denominaciones. No en vano, la voz monje viene del griego monos, uno. La eterna lucha del monje es la unificación mística de su persona con su Creador; lo que, en general, pudiéramos decir que busca a través de tres vías o fases: purgación, iluminación, y unión mística con un Hacedor. A la vía purgativa le corresponden determinadas disciplinas de ascesis y penitencia, que incluyen cierta noción –más o menos acentuada, según las diferentes escuelas- de auto castigo corporal, pues el cuerpo es cárcel del alma, que ha de volar libre finalmente, para fundirse con el dios. Durante la vía iluminativa, el alma del monje recibiría determinadas claves para completar el viaje interior y el proceso de unificación, que concluye en una fisión de la carne, con la consiguiente liberación de la energía espiritual del sujeto, que comulga finalmente con el Totalmente Otro. El camino monástico es místico e incluye la mayor o menor vivencia de cierta fuga mundi.
El monje viste su hábito, se arrodilla y se somete a una voluntad que estima superior.
El masón es consciente de su propia pluralidad y complejidad interior, que no trata de anular, sino de potenciar su riqueza, sirviéndose de sus diferentes elementos –que entiende constitutivos y no anómalos o extraños- para la construcción de su persona, que lleva a efecto desde dentro, sin contar con agentes externos de orden o calidad supra humana o sobrenatural. El final del proceso masónico es la unidad en la diversidad, el matrimonio de los contrarios, descubiertos como diferentes pero tan complementarios como los escaques blancos y negros en el pavimento mosaico. El masón conoce que es diverso, y en eso consiste su unicidad. Su construcción personal, fuertemente imbricada con la construcción de su entorno y de la sociedad, puede simplificarse en tres fases que, no por ser progresivas, son disociables: interiorización, trabajo y proyección (aprendizaje, compañerazgo, maestría). El proceso masónico no es místico, sino iniciático, e incluye el compromiso y las luchas sociales.
El masón vive de pie, viste su mandil y se pone a construir. De este modo, se construye a sí mismo como ser en relación.