¡Gracias internet! Cuenta con mi agradecimiento y el de millones de personas que podemos contrastar cientos de opiniones entre el bosque de maneras, formas y estrategias de interpretación de los acontecimientos que parecen divinos o apocalípticos según el salvaje lente bajo el que se analice.
El mismo acontecimiento en tres países con muchas semejanzas. Hablamos de pueblos que se mueven al son del rugido de miles de estómagos hambrientos, oídos ensordecidos ante el incesante ataque de voces infantiles aquejadas de querer comer, jugar y dormir en una cama confiados del mañana, que duro es ser padre y no poder garantizar, al menos, esto. Ya no es por una casa lujosa, atrás quedó el anhelo de un chalet con piscina y un gran coche aparcado en la puerta. Ahora se trata de un techo, uno cualquiera, aunque sea ocupado, quizás con el tiempo, se pueda conseguir electricidad y agua. Las exigencias ya no hablan de un trabajo digno conforme a unos esfuerzos académicos, tan sólo asegurar el pan de la familia, una asistencia sanitaria, una escolaridad decente. Hablamos de países en los que muchas familias comparten el sueño de no vivir la pesadilla que otros están pasando.
En España contamos con algo que, pese a estar en la constitución y ser una herramienta diseñada para estos casos, es tachada por muchos como un golpe bajo a la democracia, como si se estuvieran aprovechando de un artículo que está ahí porque se acordó durante una noche de parranda en la que nadie hablaba en serio, pero resultó. Y resulta que en España, nación maravillosa, ante la inconformidad contra un gobierno, en caso en el cual se detecten casos de corrupción, podemos cesar a un presidente, sí. Y podemos hacerlo sin muertos, sin barricadas, sin incendios, sin desaparecidos ni ciudadanos que griten pidiendo auxilio político para poder asegurar el sueño de sobrevivir a la codicia humana.
¿Y ahora qué? Se cumple la pesadilla de muchos, dicen que será difícil gobernar con sólo ochenta y cuatro diputados y esto llevará a tener que negociar intereses. Admito que esto me sobrecogió en gran manera porque, en mi corto entendimiento y bajo mi basta ignorancia, creía que eso era la política. Entendí toda mi vida que los diputados eran elegidos para detectar problemas sociales y buscar las soluciones apropiadas llegando a consenso y mejorando ideas que no perjudiquen a nadie… claro, hablo desde jauja. No, en serio, ¿qué puede pasar? No fueron pocos los diputados que al manifestar su intención de voto, aclararon que no decían “sí” al ahora presidente Pedro Sánchez, sino que decían “no” al expresidente Mariano Rajoy. Y qué tal si ahora, escuchando y dialogando, resulta que su independentismo no consiste en decir un “sí” a desprenderse de España, sino “no” a la política nacional que no les ha beneficiado, sino todo lo contrario. Qué puede pasar si ahora que deben ser oídos, no ellos, sino a las miles de personas que representan, resulta que tienen mejores ideas para su región y para el país, que rescatar bancos hundiendo familias, mejores iniciativas que poner un impuesto a la energía solar, mejor concepto de la ley que encarcelar gente por expresar su pensamiento y encubrir a los que han podrido la democracia en España. ¿Es tan nefasto un gobierno forzado a negociar por los intereses de los españoles?
Conocí a un joven, uno entre muchos, durante mi tiempo en Nicaragua. Un delincuente dicen algunos, un alborotador, un vándalo. Cuando yo lo conocí, él aspiraba a tocar la batería en una iglesia evangélica, pero había mejores, así que queriendo tocar se movió por algunas otras iglesias. La última vez que lo vi se ganaba la vida trabajando como asesor en una entidad de préstamos para el desarrollo. Jamás le escuché una mala palabra de su boca, nunca le vi algo contrario a la humildad. Hoy es una de las ya más de cien víctimas mortales que fueron ajusticiadas por el crimen de levantar la bandera de su país, un disparo acabó con su vida, su vida de “delincuente”, su nombre, Orlando Obando. Ángel Gahona, gran amigo y cuñado, perpetró otro gran crimen contra el gobierno, armarse con un teléfono móvil de destrucción masiva y grabar los desperfectos dejados por una manifestación. Un policía, que afortunadamente también era juez y verdugo, disparó y acabó con el acto de terrorismo.
Ciudadanos españoles que exigen su derecho a elegir, a opinar, a expresarse libremente, oh, terrorismo en su máximo exponente, pactar con el partido que les representa para hacer valer la constitución… por favor qué vergüenza. Como puedes ver, en España hemos cambiado de presidente de una forma muy diferente que en Nicaragua o Venezuela, sí, “el costo ha sido menor” diría alguno, “quizás no”, argumentaría algún otro con algo más de memoria histórica. Pero bendito internet que se hace bola de cristal y nos enseña el mundo desde muchos lentes y nos muestra nuestras diferencias en común.