“Lo conocí por casualidad en una fiesta de amigos”. “Viajé allí porque mi hermana se había ido a trabajar”. Son circunstancias de la vida; momentos adecuados para que algo pueda pasar. Los flechazos en el amor o el gusanillo viajero están unidos por la pasión. Pasión hacia una persona o a una ciudad; hacia una idea de compañero de vida o la apuesta por un estilo de vivir. Sea de la manera que sea, hoy cruzaré un paralelismo en estas dos situaciones para plantear los diferentes tipos de amor a una ciudad.
Las similitudes son evidentes. Hay características de las personas o las ciudades que uno busca; a veces inconscientemente, otras de forma totalmente intencionada. Los queremos altos y desparpajados; con buen tiempo o vistas al mar. Podemos quedarnos embobados con ellos; hablar de sus cualidades, en ocasiones resultando pesados; y los echamos de menos, sintiendo a veces un deseo desgarrador. Sabemos con quién o donde nos sentimos a gusto. Confiamos en ellos; nos alegran o nos provocan un bajón. Los queremos, idealizamos, odiamos, pensamos, imaginamos…
El amor incondicional. “Tu ciudad”
Nunca he creído en medias naranjas; solo en situaciones que uno desea para sí. Tu “ciudad verdadera” será aquella que decidas. Por la que sientas especial fijación –a veces, aleatoria- o la que te haya dado eso que necesites. La ciudad que a pesar de no ser la más bonita, ni la más simpática, ni mucho menos la mejor… será “tu ciudad”.
La ciudad que pese a sus defectos –la contaminación, el caos, que no tenga mar o que no tenga demasiado sol- sea la más bonita del baile para ti. Esa a la que defiendes porque crees que todas las ventajas son siempre mil veces más fuertes que los defectos. Esa que será para siempre tu ciudad, aunque te vayas; aunque no vuelvas. Porque sencillamente ninguna otra te da lo que ella sí.
El ejemplo…
Mi ciudad es Madrid, pues la idealicé antes incluso de vivir en ella. Porque la conocía a través de las historias de buenos amigos; porque tenía algo en ella antes de pisarla. Porque aunque me quede sola, ella me da siempre una solución. Porque si me deprimo, tan solo pasear por sus calles me alegra.
El amor de verano. Intenso pero pasajero
Será seguro una ciudad bonita; un destino donde con el paso de los días, hayamos encontrado nuestro sitio. Donde paseemos sintiéndonos libres; entablemos conversación con los camareros de cafeterías que nos harán sentir como en casa; donde nos hagamos fácilmente con su estilo de vida y nos imaginemos pronto viviendo allí. De hecho, nos lo plantearemos y soñaremos con ello cada minuto de los días que allí estemos.
Volveremos a casa suspirando por ella, quizás encontrando un poco de malestar en aquella ciudad donde siempre nos hemos encontrado a gusto. Pasarán los años y ese recuerdo siempre formará parte de nosotros, aunque esté escondido y quizás no merezca ya la pena intentar que sea “nuestra ciudad”.
El ejemplo…
Para mí esa ciudad fue Amsterdam. Una ciudad bonita a a rabiar, preciosa. Acogedora, cálida, amable. Imborrable su recuerdo…
La ciudad del amor y el odio
Hay ciudades también que en un primer momento, no querrías ni en pintura como “tu ciudad”. Lugares que tienen la capacidad de enfadarte, de sacar lo peor de ti; y llegas a detestarlas. Pero toda situación tiene su reverso. Pasan los días y comienzas a hacerte al pulso de la ciudad. No todo es tan terrible. Quizás sus habitantes comiencen a sonreírte en la situación más horrible, tus hábitos se vayan modificando lentamente… y acabes creyendo que estás un poco enganchado a ella.
Como en todo amor/odio, en esta ciudad, pasarás momentos geniales, pero llegarán situaciones que te hagan replantearte de nuevo si esa ciudad es para ti. En ella la felicidad nunca es constante. Son muchas cosas las que la hacen genial, pero otras tantas por las que lo vuestro es imposible.
El ejemplo…
Mi ciudad del amor y el odio es Bangkok, quizás por el contraste con el resto de Tailandia, tan tranquila y amable. Me resultó agobiante, sucia y enorme; digamos que no encontré en ella mi sitio. No obstante, es la gran ciudad y capital de un país que me enamoró, por lo que no pude dejar de amarla efímeramente.
La ciudad que te gana poco a poco
Hay ciudades, como personas, que al principio no te dicen nada especial. Por el diseño del viaje, en este caso, vas conociéndola poco a poco, pausadamente, sin prisa, pero bien; con el tiempo necesario requerido para ir fijándote en sus detalles, en la forma de vida de su gente, en los lugares escondidos que aúnan pasado y presente. Piensas, al tiempo que la conoces, que tiene mucho más encanto del que pensabas.
Es una ciudad que te sorprende; que no imaginabas como era hasta que la conociste. Hasta que la conociste de verdad. Puede que fuera callada, incluso que pareciera triste… pero te das cuenta de que eso no es realmente así. Quizás no es la más divertida de todas, pero “tiene algo”. Algo que te ha ganado por otro lado; cosas tan importantes para ti. Su belleza, su elegancia, su ambiente, su aguante, su personalidad…
El ejemplo…
La ciudad que a mí me ganó poco a poco fue Budapest. Me fui una semana, en solitario, y disfruté intensamente de cada oportunidad que me ofreció. Me entusiasmé con su vida y ambientazo, al tiempo que se me quedó grabada la belleza de monumentos como el Parlamento o la Iglesia de Matías. Desde luego, una ciudad que me ganó y que ahora sé que querré para siempre.
La ciudad flechazo
Esta ciudad se caracteriza por un atractivo inmenso. Irresistible. El flechazo es rápido, intenso, arrebatador. Por ello, según la veas por primera vez, sabrás que esa ciudad es para ti. Te hipnotizará. Será un amor efímero, pues tocará volver, pero tan fuerte que duele. Tan incontestable, que te provocará más de un quebradero de cabeza.
Estos destinos son lugares que tienen todo. Más que “mi ciudad” o “la ciudad verdadera” son “la ciudad”. Suelen ser objetivo de muchas personas y tener pretendientes de todo tipo y condición. Son esos destinos que te harán soñar otra vida, que tendrán siempre ese punto de riesgo que también existe en las relaciones. Sin duda, ciudades que dejan huella.
El ejemplo…
Para mí la ciudad flechazo es Nueva York, que amé desde que la pisé hasta que me fui. Tan ciudad y a la vez tan accesible. Tan digna de que todo allí fuera posible; tan peliculera. Tan soñada y a la vez tan desgastada. Tan irreal. Nueva York es difícil de definir. Creo que hay que ir y tan solo disfrutar de lo que se siente estando allí. Algo extraño y a la vez encantador.
La ciudad espejo
La ciudad espejo es como esas parejas que tienen tantas cosas en común. Es la ciudad que creemos que nos identifica; espejo de que lo queremos ser. Muy parecida seguramente a aquella por la que sintamos amor incondicional y a la vez, otra muy diferente. Querremos vivir en ella o al menos, eso será un plan que nos acompañe para siempre…aunque no lo hayamos hecho realidad.
Es una ciudad a la que iremos más de una vez, como la salida cuando no sabemos donde ir. Como la ciudad en la que parece que hemos estado muchas más veces de las que en realidad fuimos. Como la ciudad que no es tuya pero que sientes como tu ciudad.
El ejemplo…
Para mí es sin duda Berlín. Solo he estado una vez, pero he soñado cientos de veces con vivir allí y creo que lo haría si mi vida, ahora estable, diera un vuelco. Para mí, siempre me quedará Berlín.
La ciudad idealizada
A veces existe amor antes de que realmente exista amor. Son expectativas, ideas, imágenes, referencias… que hacen que creas que esa persona o destino encaja perfectamente contigo. La idealizas, imaginando antes de pisarla cómo es; imaginándote en sus plazas o cafés siendo uno más, añorándola sin ni siquiera haberla conocido. Sientes hacia él o ella una nostalgia que no sabes explicar.
Es una ciudad que tienes idealizada y que siempre la tendrás; que con el simple hecho de escuchar su nombre, algo se remueve dentro de ti.
El ejemplo…
Para mí, esa es Buenos Aires, viaje frustrado en el pasado e imaginada a raíz de canciones, películas de las que te gustan o amigos que saben lo que es sentirla como propia. Una ciudad que aún no conozco y ya me gusta; una ciudad completamente idealizada.