Levantas la mirada y observas que el muro sigue intacto. El cansancio va apareciendo. Buscas un atajo que te permita, evitar la tarea de enfrentarte ante aquello que obstaculiza tu caminar.
Las fuerzas son las justas. Decides sentarte en el banco del encuentro. Tomas aliento mientras mentalmente, enumeras las paredes anteriormente superadas. No tienes dedos suficientes en la mano para contarlas y son varias las veces que tus ojos, pasan por encima de cada uno de ellos. Hasta el punto de perder la cuenta. Perder, eso es lo que sientes. Has perdido tiempo, esfuerzo, dedicación, sueños, ideas, ilusión, amigos, familia. La lista de bajas es interminable.
Cuando la pérdida parece adueñarse del momento, una pequeña lágrima llega a tus labios provocando el esbozo de una sonrisa. Diminuta mueca que aviva la ínfima llama que mantiene viva la hoguera de la confianza. Esperanza de aquello que firmemente crees debe ocurrir. Ahora te miras, te besas y acaricias. Meces tu cuerpo, queriendo acunar al niño que llevas dentro. Al mismo tiempo que acallas la voz del que un día lejano tomó la dirección de tu vida.
Tranquilo, pones un lazo a lo vivido y tus manos aprietan el nudo de lo que nunca debe ser olvidado. Tomas el pasado entre tus manos y lo guardas en el bolsillo interior de tu cobijo. Sabes que, algún día, volverá a soltarse del cordel que lo aprisiona. Cuando eso ocurra, andarás más presto para darle el tiempo que se merece y arroparle entre palabras de agradecimiento por haber sido, por haberte permitido aprender. No le brindarás la oportunidad de volver a sentirse dueño del timón de tu vida.
De nuevo, alzas la mirada y observas el reto que impide tu caminar. Identificas lo difícil que es vencerlo. Cierras los ojos y sientes todo lo conseguido. En la balanza sientes que pesa más lo que queda por andar, que lo ya caminado.
Afirmas que, efectivamente, el camino es difícil. Te alegras que así sea. Sabes que eso te llevará a desarrollar habilidades, esfuerzo y trabajo.
Antes de iniciar de nuevo la escalada, recuerdas a aquellos compañeros que sintieron que el sendero a caminar era imposible. Sentenciaron que no podía realizarse antes de calzarse los zapatos del crecimiento.
“Sigue caminando, aunque no hay ningún lugar al que llegar. No intentes ver a lo lejos. Eso no es para los seres humanos. Muévete hacia dentro, pero no te muevas impulsado por el miedo”.
(Rumi)