Revista Opinión

Difíciles de creer

Publicado el 08 diciembre 2010 por Alfonso


Es difícil vivir en la incredulidad permanente, poner peros a todo, analizar los pros y contras de un una noticia, intentar descifrar cualquier comentario o información recibida, es difícil, pero, de no analizar los hechos con distancia y objetividad, uno corre el riesgo de creer que el Papa es infalible y que recomendar el uso del preservativo si se ejerce la prostitución es una tergiversación que te acerca un poco más a las llamas del infierno, o que una chica modosita y sin título nobiliario se casa con un Príncipe por amor y nada más que por amor. En estos días también son difíciles de creer varias historias (y aquí no se incluye el que las dos únicas empresarias que se acercaron a Moncloa a petición de mi circunflejo presidente -sin duda que acuciado por arreglar el desaguisado del aire que insufló el Rey Breve a los descollantes patrios que declaraban el tercermundismo del sistema educativo, la falta de confianza en el Tribunal Constitucional o la necesidad de un cambio en el sistema electoral, entre muchas otras opiniones igual de constructivas- terminasen en los extremos de la mesa: seguramente fue un acto de cortesía de sus colegas masculinos, que, situándolas más alejadas de la representación del Gobierno, las protegían de toda ira y malsonancia).

Los hechos a los que hago referencia son -y no ordeno por importancia o querencia alguna-: la huelga de los controladores aéreos; la detención preventiva de Julian Assange y la páliza recibida por Berni Ecclestone, el patrón de la F1.

En el primer caso, me cuesta creer que la ausencia de los organizadores del tráfico aéreo sólo sea capaz de remediarla un régimen especial como el Estado de alarma, que lo único que consigue es mostrar al mundo entero la insignificancia jurídica de quien la proclama. No los exculpo, pero si han cumplido su calendario laboral, como parece ser, y han sido obligados a trabajar bajo acusación de sedición, alguien debería haberse preocupado hace días de haber formado gente capaz y suficiente como para no permitir que una baja, real o ficticia, o una reivindicación salarial, deje al país sin vuelos. Lo cierto es que entre el proletariado bien pagado o la militarización de un hecho, siempre me posicionaré del lado del asalariado.

En el segundo, no es que me cueste, es que me resulta increíble, que una sueca llamada Anna Ardin, colaboradora de la CIA y vinculada con el terrorista Carlos Alberto Montaner, según algunas informaciones; autora de un panfleto sobre cómo arruinar la vida de un hombre, según otras; feminista radical, según todas, y su amiga Sofía Wilden, acusen al seductor Señor de las Filtraciones de violación -bueno, de uso indebido o nulo del preservativo: ¿serán prostitutas?, ¿se pronunciará la Iglesia de Roma al respecto?- y no haya un juez que advierta que se es inocente mientras no se demuestra lo contrario y que la sombra de los USA no oscurecerá el veredicto final. ¿Soy el único que no intuye a un depredador sexual en los gestos de Assange?

En el tercero, me parece indigno que a un hombre lo muelan a palos y le roben la cartera y el reloj, e indigno y grotesco que al vapuleado se le ocurra decir un chiste sobre el asalto: See what people will do for a Hublot (Mira lo que hace la gente por un Hublot). Me produce asco, que se fotografíe con el ojo amoratado y haga publicidad del hecho, lo que seguro que le permite lucir otro reloj -¿no lleva celular que le indique la hora?, ¿lo usa por presumir?- de gama igual o superior. Y si todo resultase que fue un montaje, tampoco me extrañaría: en el circo que el maneja, los trucos y la lectura sesgada del reglamento suelen dar magníficos resultados. Pero si he de ser justo, presumiré su inocencia. Su estupidez, su codicia, en cualquier caso, me produce rechazo y repugnancia, aunque he de reconocer que ha sido más rápido en sumar ceros a su cuenta que un piloto de Fórmula 1.

Y estas tres historias no son las únicas aborrecibles en estos días, y que cada uno interpreta a su manera y deglute según su estómago. En mi caso, dudando de cada línea que leo o frase que escucho de, o acerca de, los protagonistas. Hay más, por supuesto, pero igual de enrevesadas e increíbles, de digestión tan pesada como las comilonas que se aproximan, aunque para algunos empachos no surte efecto ni el bicarbonato.

DÍFICILES DE CREER

Lo que la gente hace por un Hublot
(Bernie Ecclestone)


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