La caza sutilJulio Ramón Ribeyro
¿Se acuerdan de este capítulo de “El chavo del 8”?
La reacción de los alumnos luego del panegírico del Profesor Jirafales, es similar a la que, cuentan los cronistas, tuvo el primer peruano al que se le ofreció un libro, es decir, el inca Atahualpa.
Como vemos, promover la lectura es una tarea complicada.
De hecho, parecería que luego de casi 500 años, la reacción del promedio no cambiaría mucho. Pero en la misión, casi evangelizadora, de tratar de incentivar la lectura, surgen ciertas aseveraciones que, terminan convirtiéndose en arbitrariedades como las que se insinúan en el epígrafe de este texto.
Una de estas arbitrariedades es hablar indistintamente del libro y de la lectura como si fueran sinónimos. La segunda está referida a afirmar gratuitamente que en el país existe un gusto por la lectura o no. Otra discurre sobre la decisión casi arbitraria de promover la lectura sin preguntarnos por qué o para qué. Una hipótesis que también se suele postular arbitrariamente es la del “fin del libro”. Empezaremos con el primero de estos axiomas.
¿Libro = Lectura?
Respecto al primero, creo que todos alguna vez hemos incurrido en este error. Sobre todo frente a la clásica pregunta: ¿Te gusta la lectura?¿Cuánto tiempo le dedicas al día?
Es necesario separar las consideraciones que se deberían dar al libro con las que se podrían asignar a la lectura. La lectura es algo muy genérico. Descontando a los analfabetos, todos leemos, casi todo el tiempo, aunque no nos guste la lectura o los libros. Leemos cuando tomamos un bus, para verificar a que ruta va. Cuando vamos al cine, si la película está subtitulada. Cuando almorzamos en un restaurante, para elegir un platillo de la carta. Cuando esperamos a alguien y verificamos sus mensajes de texto para ver porqué se demora. Y estas actividades solo demuestran que no tenemos auto propio, nos gusta el cine, ciertas comidas o que nos han plantado; pero poco tienen que ver con el gusto por los libros.
Pero incluso en el caso de las personas que afirman tener gusto por la lectura, no leen necesariamente libros. Muchos leen periódicos, revistas, cómics etc. No en vano, Ribeyro diferencia el amor a los libros del amor a la lectura[1].
Establecidos claramente los contrastes entre ambos elementos, podemos ir más allá. Si precisamos que nos referimos sólo a una de las muchas familias de la lectura, a la lectura de libros, incluso en ese caso también la situación es ambigua. La relación con los libros presenta múltiples facetas y no sólo se limita “al placer de un buen libro” como se suele repetir. Los libros no se leen solo como acción creativa y placentera sino también por obligación académica, por necesidad laboral o “en busca de consejo” como sucede con los libros de autoayuda. Al respecto, se ha señalado que estas diferentes manifestaciones sobre la lectura de libros, puede analizarse con cuatro criterios: 1) lectura activa, 2) lectura pasiva, 3) lectura voluntaria y 4) lectura obligada. Combinando esos criterios entre sí, se llegarían a establecer cuatro tipos de lecturas de libros[2], taxonomía que consideramos presentan un espectro más grande de la realidad de la lectura de libros y con la que en líneas generales estamos de acuerdo. No sé hasta que punto se puede hablar de actividad reflexiva y crítica a pintar con un resaltador amarillo una fotocopia a las tres de la mañana. O a leer las tres primeras páginas de una novela entre rumias de descontento para luego buscar el resumen de la misma en monografías.com.
Pero precisando más aún, podemos concluir que nos referimos a una sola de las formas de la lectura, la lectura activa y voluntaria. Definición que podría ser objeto de cuestionamientos a su vez. Este subgénero de la lectura que mencionamos puede ser a su vez subdividida en otras categorías como, por ejemplo, las que usa Eliseo Verón en su libro paradójicamente titulado Esto no es un libro[3]. Estas subcategorías, para este autor serían: 1) lectura temática, 2) lectura problemática, 3) lectura ecléctica, 4) lectura ficcional por autores, 5) lectura ficcional por géneros y 6) lectura de novedades. Pero no es necesario adentrarnos en estas seis subespecies para responder a nuestra pregunta. Todas son parte de la lectura de libros de manera activa y voluntaria. Así, es fácil concluir que el fenómeno de la lectura es muy complejo y no solo comprende la lectura voluntaria de libros, qué es la que suele incentivarse en las campañas de promoción de la lectura. Sin embargo, por razones prácticas, suelen usarse como equivalentes. A partir de ahora, siempre que nos refiramos a “la lectura” o a “leer” nos estaremos refiriendo a la lectura de libros de manera activa y voluntaria.
Esto da paso a la segunda pregunta: En nuestro país ¿existe afición por la lectura? (entendiéndose lectura por lectura voluntaria de libros).
La respuesta, quizás, la próxima semana.
[1] “En realidad existe un amor físico a los libros muy diferente al amor intelectual por la lectura”. Ribeyro, Julio Ramón. “El amor a los libros” en La caza sutil. Lima, Milla Batres, 1976, p. 45. [2]Sagastizábal, Leandro de; Estevez Fros, Fernando (comp.). El mundo de la edición de libros: un libro de divulgación sobre la actividad editorial para autores, profesionales del sector y lectores en general. Buenos Aires, Paidós, 2002.[3] Verón, Eliseo. Esto no es un libro. Barcelona, Gedisa, 1997, p. 59-72.