Dilemas Éticos, Memoria y 40 años del Golpe Militar
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- MEMORIA
- LUNES, 16 SEPTIEMBRE 2013
Por detrás de mi voz - escucha, escucha - Otra voz canta. Viene de atrás, de lejos; Viene de sepultadas Bocas, y canta. No son sólo memoria, Son vida abierta, Continua y ancha; Son camino que empieza. (Daniel Viglietti, Otra voz canta)
Los dilemas éticos, también conocidos como dilemas morales, han sido una dificultad para teóricos de la ética desde los tiempos de Platón. Un dilema ético es una situación en donde los preceptos morales o las obligaciones éticas entran en conflicto de forma que cualquier solución posible al dilema es moralmente intolerable. En otras palabras, un dilema ético es cualquier situación en donde los principios morales que te guían no pueden determinar qué curso de acción es el correcto o incorrecto. La memoria como hemos expresado anteriormente no es tan sólo el acto de recordar lo bueno y lo malo, sino que trasciende a esa dicotomía, incluso cayendo en el abuso de la misma. En el transcurso del siglo XX, los régimens totalitarios revelaron la existencia de un peligro hasta entonces insospechado: la manipulación completa de la memoria. No es que en el pasado se haya ignorado la destrucción sistemática de documentos y monumentos, lo que es una manera brutal de orientar la memoria de una sociedad. Se sabe, como un ejemplo lejano en tiempo y espacio, que el emperador azteca Itzcoatl, a mediados del 1440, ordenó que desaparecieran las estelas y los libros para poder recomponer la tradición a su manera; los conquistadores españoles, un siglo más tarde, se propusieron a su vez borrar y quemar los rastros que daban testimonio de la antigua grandeza de los vencidos. Pero, al no ser totalitarios, esos regímenes atacaron sólo los depósitos oficiales de la memoria, dejando que sobrevivieran muchas otras formas, por ejemplo los relatos orales o la poesía. Habiendo comprendido que la conquista de las tierras y de los hombres pasa por la de la información y la comunicación, las tiranías del siglo XX sistematizaron su manipulación e intentaron controlarla hasta en sus ángulos más recónditos. Desde entonces, comprendemos por qué la memoria se ha visto revestida de tal prestigio a los ojos de los enemigos del totalitarismo, y no sólo a los de ellos porque otras tiranías actuales también han intentado combatir la memoria. Sin embargo, si generalizamos, el elogio incondicional de la memoria y el menosprecio ritual del olvido se vuelven, a su vez, problemáticos. La carga emotiva de todo lo que se refiere a un pasado doloroso es inmensa. Hace pocos días, se han cumplido 40 años del golpe militar que significó el inicio de una larga dictadura opresiva, cruel y violenta. Y digo golpe militar y dictadura, como dos elementos de una misma acción, pues los debates que se han instalado al menos a nivel político son justificar la asonada militar, es decir, el bombardeo al Palacio de la Moneda pero no lo que comienza a suceder el día después y que se prolongó hasta marzo de 1990. Esa forma de mirar la memoria, la historia y seguramente los procesos, debe tener estrecha relación tensionante entre los “cómplices pasivos y activos”, entre los “autocomplacientes y los autoflaglantes”. Si no fuese así, no se explica, los meas culpas de diversos sectores políticos, entrevistas televisivas, radiales y similares, testimonios dando cuenta de esos procesos, significantes y resignificaciones, llegando al perdón de algunos cómplices pasivos… Pero que es el perdón?, dependiendo de las culturas y religiones esta palabra cargada de valores y contradicciones tiene amplios significados, para estos efectos entenderemos al perdón como una acción individual dirigida hacia el ofendido, para que este no sienta resentimiento, por lo tanto renunciando a una potencial venganza u reclamación de castigo. Pero el perdón no debe confundirse nunca con el olvido de la ofensa recibida. Perdones, más allá si son correctos, decisiones individuales, aisladas sólo mirando al pasado y no al futuro, Juan Emilio Cheyre Espinosa renuncio a su cargo en Servel, el ex presidente Ricardo Lagos Escobar y otros lo respaldan, “era un joven teniente de 25 años”, opinaron… y el “Nunca Más” promovido en aquel gobierno, en que situación queda y/o quedará… seguramente nadie lo sabe ni sabrá. Hace unos días atrás, como una nueva afrenta, alguna prensa de alta moral, entrevisto al ex general Manuel Contreras Sepúlveda, manifestó “que duerme tranquilo”, y que los “detenidos desaparecidos están todos en el Cementerio General”… en ese mismo tenor su secretaria en los tiempos de la DINA, Adriana Rivas, indicó que las torturas “eran necesarias para quebrantar a la gente”. Sobre los dichos anteriores podemos citar a la filósofa Hannah Arendt y su expresión “banalidad del mal”, que expresa que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes. La tortura, la ejecución, la desaparición no son consideradas a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores. Este aniversario seguramente será recordado por las disimiles actividades, actos, ensayos, seminarios, discusiones de forma, con algunas frases hechas del bronce en año electoral, y con los decenas de perdones y auto perdones, pero humildemente este nuevo aniversario debió haber traído un aumento de Verdad y mejoramiento en la Justicia, y no cabe duda una enorme y utópica marcha desde la muerte a la vida. Esta fecha, implica un recuerdo gris, como ese día, con olor a humo y ruido de aviones bombardeando un sueño, un quiebre importante en las vidas por la violencia de ese día y los 17 años de dictadura que le siguieron. Para otros, los menos seguramente, es una fecha que evoca el Himno Nacional, imágenes de banderas saludando a los militares y brindis de champaña a la salud de la liberación de la patria del “cáncer marxista”. Esas imágenes resumen ese “11”, cabe expresar que son diversos y cambiantes los significados y sentidos levantados a ese día, porque la memoria no es una facultad dicotómica ni bipolar: es una construcción que se realiza en tiempo presente, que no se puede explicar en la metáfora del blanco y negro. Como dice Jelin, “la memoria es un territorio en disputa”, que implica luchas, batallas, tensiones, porque en la construcción y significación de ese pasado se está jugando la edificación del presente y del futuro. Las conmemoraciones fundan un buen instante para recordar, y recordar implica volver a pasar por nuestra mente imágenes, colores, olores, sensaciones, ideas y afectos que nos remiten a lo ya vivido. Sobre la imagen del Palacio de La Moneda ardiendo en llamas, comienzan a aparecer otros relatos, memorias que antes no encontraban una escucha social, por ejemplo, las resistencias individuales u colectivas en algunas fábricas de los cordones industriales o zonas del país. Septiembre, es una estación para recordar y homenajear a quienes ya no están, cuyos proyectos y sueños continúan teniendo sentido hoy; para reflexionar sobre los límites y alcances de la condición humana; para discutir y decidir qué tipo de país queremos tener; que nos interroga respecto de las prácticas democráticas; que nos permite transmitir la experiencia a las nuevas generaciones, esas mismas que han y siguen marchando por una Educación Gratuita y de Calidad. El aniversario de los 40 años del Golpe y posterior Dictadura Militar, nos puede ayudar a situar el pasado en el debate público, abramos los espacios para que circule la palabra sobre la experiencia vivida y transmitida, y se incorporen preguntas que hoy están haciendo eco, sobre todo para que el “Nunca Más” no se realice mirando al futuro, por el contrario, se centre en las formas en que, día tras día, vamos tejiendo y reconstruyendo nuestras vidas sociales. Con la distancia del tiempo, 40 años, se hace urgente y necesaria una verdadera política de memoria y derechos humanos, que el Estado asuma lo que deba asumir éticamente. Una política real y verdadera no puede reducirse sólo al reconocimiento y reparación de las víctimas sino que pactará, igualmente, rescatar las memorias de las personas antes de ser víctimas. Una política que honre el nombre de las víctimas y que enseñe que la pretensión de la memoria no es cuestión de izquierdas o derechas, sino de todo un país. Andrés Vera Quiroz
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