Revista Opinión
Por seguir con la tradición vexilológica, he escogido el color rojo para representar la corriente socialista, el amarillo para la corriente propietarista y el negro para la anarquista. Según este gráfico un tanto simplificado, el Bien se encontraría en la conjunción de los tres colores, que curiosamente coinciden con los de la bandera franquista. ¡Sea solo una casualidad! El Bien siempre más buscado que alcanzado se situaría, por lo tanto, abajo, entre las mujeres y los hombres, en las relaciones directas, en la tierra que pisamos, en las cosas sencillas, en torno al hogar.
Pese a que los leninistas creen estar en las antípodas de los fascistas y viceversa, con este gráfico defiendo que ambas ideologías son prácticamente idénticas en lo que se refiere al uso de la fuerza, de la organización, de la jerarquía y de la autoridad. Visto así, no sorprende que los televisivos y radiofónicos Pío Moa y Federico Jiménez Losantos hayan pasado de defender posiciones comunistas en su juventud a defender posiciones neofascistas en su madurez. Aunque sin duda no fueron los primeros ni serán los últimos. A Benito Mussolini le pasó algo parecido. En 1914 sostenía que “el socialismo es algo que está arraigado en mi corazón”, y tan solo siete años después fundó el Partido Nacional Fascista. Miguel de Unamuno, si bien de ideología más moderada y de mente más clara que los anteriores, escribía a la edad de treinta años en el semanario socialista La Lucha de Clases que “el socialismo limpio y puro, sin disfraz ni vacuna, el socialismo que inició Carlos Marx con la gloriosa Internacional de Trabajadores (…) es el único ideal hoy vivo de veras, es la religión de la humanidad”, pero menos de diez años después, en 1903, decía que “en el fondo de la lucha de clases hay por parte de los obreros un sedimento de envidia”, una deriva conservadora que culminaría al final de su vida, en 1936, con el apoyo al “movimiento salvador” que “gloriosamente encabeza el general Franco”, tal y como expresara en la entrevista realizada por Jérôme Tharaud. Otro tanto le ocurrió a su supuesto antimilitarismo de juventud, que conforme pasaban los años se fue transformando en alegatos belicistas, machistas y revestidos de religiosidad como este, concretamente de 1913: "Sucede que a medida que se cree menos en el alma, es decir, en su inmortalidad consciente, personal y concreta, se exagerará más el valor de la pobre vida pasajera. De aquí arrancan todas las afeminadas sensiblerías contra la guerra. Sí, uno no debe querer morir, pero de la otra muerte". Otro ejemplo, pero al revés, lo encontramos en Jorge Verstrynge, quien pasó de una posición falangista cuando era joven a una posición más cercana al jacobinismo siendo ya más mayor, materializada en su apoyo a partidos como Podemos e Izquierda Unida, pero sin abandonar en ningún momento los pilares capitales de su pensamiento.
En cualquier caso, es preciso tener presente que en momentos de crisis agudas y prolongadas, del conservadurismo liberal y del progresismo socialdemócrata, ideologías «moderadas» respecto al statu quo (que no «de centro») así como colectivistas y populistas de intensidad media, se puede pasar sin grandes sobresaltos psicológicos al totalitarismo de derechas y al totalitarismo de izquierdas respectivamente, ya que ambas ideologías comparten muchos puntos de vista materiales con sus versiones más fanatizadas y elefantiásicas, tales como la pertinencia reconocida o no del Estado (como medio transitorio o como fin), del ejército, de la policía, de la cárcel, del colegio, de la universidad, del natalismo, del patriarcado (sobre esto hablaré con más detenimiento en un próximo post), del mercado, del dinero, de la división del trabajo asalariado, de la centralización y propietarización de los medios de producción (ya sean privados o estatales), de los medios de comunicación de masas, de la ciudad, de la industria, de la burocracia, de las fronteras y de sus respectivas jerarquías y desigualdades. En ese sentido, y solo en ese, se puede decir que izquierda y derecha son prácticamente lo mismo.
Lo habitual es que a lo largo de nuestras vidas adultas no nos desplacemos significativamente por el espectro político, y cuando en algunos casos lo hacemos, el movimiento se da sobre todo de manera horizontal y un poco vertical. En cambio, el movimiento vertical radical o «de polo a polo» parece ser el fenómeno menos probable de los tres. Me apresuro a sugerir que esta improbabilidad relativa, en caso de ser cierta, podría deberse al hecho de que cambiar de una mentalidad autoritaria a otra antiautoritaria y viceversa es posiblemente el fenómeno de desarraigo mental que más esfuerzo requiere. Algunas de las razones podemos rastrearlas hasta la infancia, periodo en el que interiorizamos la mayoría de las costumbres y tradiciones de nuestra sociedad a través de lo que los sociólogos llaman socialización (una tradición, según Jorge Wagensberg, "es el recurso con el que el viejo se protege del joven"). Desde el momento en que obligamos a nuestro hijo a terminarse el plato de comida o a ir al colegio ("por su propio bien", faltaría más), le estamos enseñando dos cosas: que nos importa menos su voluntad que la nuestra, y por lo tanto, que él es inferior a nosotros (con todos los matices que queramos añadirle a esa frase); y que someter y ser sometido a la obediencia es la estrategia que supuestamente produce el mayor bien, y en consecuencia, que así habrá de comportarse con los demás en sucesivas ocasiones (la «apuesta por el diálogo» no pasa de ser una expresión retórica en nuestros días, pues desde el mismo momento en que existe la subordinación, el diálogo libre no es posible, siendo la obediencia el mecanismo que se considera más eficaz en los sistemas jerárquicos). Otra razón de que el apego o el desapego a la obediencia sean difíciles de invertir ya en plena madurez tal vez se deba a lo que los neurólogos llaman plasticidad cerebral. Al parecer, conforme nos hacemos mayores tendemos a ser más reacios a cambiar de cosmovisión, así como a aprender cosas nuevas.