Dimitir no está de moda, dicen, pero yo creo que no es cierto, creo más bien que dimitir nunca ha sido una opción en la vida política española. A pesar de que son muchos los casos en los que es reconocible la incapacidad de algunos de nuestros políticos para gestionar lo público, nunca parece que ellos puedan contemplar la dimisión como una opción. No sé si es una herencia que arrastramos desde el oscuro pasado, cuando los cargos eran prácticamente vitalicios por la gracia de Dios, o es que sencillamente aún no hemos comprendido en qué consiste la responsabilidad democrática. Sea como fuere, es del todo vergonzoso y por supuesto absolutamente indignante que algunos de los más conocidos políticos de este país se mantengan en la vida pública como si tal cosa, a pesar de las muchas tropelías que se han cometido en sus alrededores o de los desaguisados que ellos mismos han protagonizado. ¿Se acuerdan de los indignados? Pues si no es así, no deberíamos habernos olvidado de ellos y, además, deberíamos haber mantenido el mismo grado de indignación viendo la desfachatez con la que se pavonean muchos de esos políticos saltando de cargo en cargo como si el ruido no fuera con ellos.
Uno. Es muy posible que los señores Griñán y Chavez sean inocentes de los desaguisados cometidos con los EREs en la comunidad andaluza; es muy posible que ellos nunca hayan metido la mano en la caja y que nunca supieran nada del saqueo, no digo que no, pero es igual, ellos eran los máximos responsables de aquellos gobiernos y bajo la responsabilidad de su presidencia se cometieron los robos y las malversaciones de fondos públicos. Dos. De la misma manera, el señor Granados y todos los implicados en la causa Gürtel saquearon durante años las arcas públicas de ayuntamientos y de la Comunidad de Madrid mientras gobernaron Esperanza Aguirre e Ignacio González; suponiendo que ellos no tengan ningún tipo de implicación directa, sí deben reconocer al menos que ellos eran los máximos responsables políticos de la comunidad y del PP en Madrid y que, por tanto, eran ellos los máximos responsables del correcto funcionamiento de las instituciones públicas y de la gestión del partido. Tres. No acusaremos a Mariano Rajoy de haber cobrado sobresueldos con dinero negro del PP ni le acusaremos de tener conocimiento de la financiación ilegal del partido con dinero muy oscuro procedente de constructoras y otras empresas, pero si no le acusamos no es por falta de ganas, sino porque acusarle es tarea de los jueces; aún así, lo que sí está claro es que él era el presidente del partido cuando se cometieron estas irregularidades y que era él el que debía gobernar un partido que engordaba a costa de negocios muy sucios contabilizados y gestionados por el señor Bárcenas. Bajo mi humilde opinión, cualquier persona con un mínimo de dignidad -término absolutamente desconocido por la clase política española- renunciaría a postularse como gestor de lo público después de haber demostrado esta incapacidad. No sé si me explico. Lo diré aún más claro para que se me entienda: ¿Es que no tienen vergüenza? ¿Es que no se les cae la cara a trozos sabiendo que se han reído de ellos como gestores y de todos nosotros como ciudadanos? ¿Cómo se atreven a continuar con su vida política después de demostrar que son absolutamente ineptos para gestionar lo público y de responder ante sus responsabilidades?
Viendo todo esto, me doy cuenta de un mal radical que aqueja a la política española: la indignación de muchos ciudadanos ante la orgía de vanidad e incapacidad que nos ha gobernado, solo tiene una causa: la falta de dignidad política de muchos de nuestros gobernantes. Es más, ni saben qué significa tener dignidad ni saben qué significa responsabilidad política. ¿Y qué podemos hacer? Pues, siendo así, creo que ahora debemos ser nosotros los que recobremos esa dignidad perdida. Y, en democracia, la dignidad solo se recupera de una forma: negando el voto a aquél que nos ha traicionado y se ríe de nosotros.