Que una impresentable como Dina Bousselham critique a la monarquía española podría tener su vis cómica si las intenciones de esta arribista inútil de supuesta fácil foto íntima no fueran más allá de conseguir alguna notoriedad a costa de proferir estupideces. Sin pasar de ahí, la Bousselham se quedaría al mismo nivel que cualquiera de esas taradas morales y esos anormales de gimnasio y esteroides que venden sus intimidades en programas del vertedero Mediaset para regocijo de un público de cabestros y degenerados.
Pero existe un límite que separa a la gente de vida públicamente viciosa y carente del más mínimo intelecto de la que vive en la cloaca tratando de sacar partido moviéndose entre intrigas y traiciones de alcoba. Y Dina Bousselham podrá ser de las primeras si eso le place, pero ha demostrado ser de las segundas porque ella no tiene la más mínima autoridad moral para criticar a la monarquía de un país que no es el suyo, mientras su rey, el de Marruecos, su país, al que ella sirve mediante su supuesta vinculación al DGED, el servicio secreto marroquí, es un rey absolutista literalmente propietario de prácticamente el 80% de su país y dueño y señor de las vidas de sus vasallos, cosa nada democrática a la que la antimonárquica de Podemos, bien pagada a cambio de lo que haya sido y hecho, parece importarle muy poco si se trata de su propia tierra.
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Pero aquí hay algo que no cuadra. ¿Cuando apareció esta joya de lo progre, qué pudo más en el ánimo de Pablo Iglesias, el hombre que se cree estratega pero que no es más que un mayordomo aplicado de ciertos intereses político-financieros? ¿Que fuera mujer y musulmana, lo que quedaría muy decorativo en Podemos, como sucede con el éticamente septicémico Echenique, quien ostenta su cargo por ser bocazas y discapacitado? ¿Que Iglesias fuera advertido por “los de arriba” de que la Bousselham era una informadora del DGED, con lo que él tendría una carta muy útil para congraciarse con el espléndido Mohamed VI?
El caso es que Iglesias le sacó partido a Dina Bousselham y ella le sacó partido a él. Eso de tener a una musulmana feminista, concepto éste que no deja de ser más falso que la conciencia de un político, le fue muy bien a Iglesias en su momento para atraerse a una buena cantidad de mujeres inmigrantes del Islam, que se dicen feministas, que en la calle se comportan como feminazis, pero que en sus casas ni rechistan, no sea que venga el padre, el marido o el hermano y les vuelva la cara de un soberano tortazo; que ya se sabe que el Islam es la religión del amor.
Y posiblemente debió haber más asunto que lo trascendido oficialmente, porque mientras Pablo Iglesias se comportó como un verdadero machista -vaya novedad- y le secuestró el teléfono con la consabida historia de la tarjeta de memoria que desapareció, pero no, pero sí, y a la que le borraron datos, pero no, pero sí, en la que se dice que había y no había fotos íntimas… y resulta que Dina se comportó como una mujer despechada, aunque luego se desdijo, con lo que cabreó al juez, con lo que se desmontó la historia que Pablo Iglesias había ideado aprovechando que la tarjeta de memoria era noticia, para vender una conspiración contra él y su partido, con lo que ahora el gran líder de Podemos, que no hace otra cosa que estamparse en cada convocatoria electoral, derrota tras derrota hasta la hecatombe final, vuelve a tirar de lo que antes él criticaba en la oposición y ahora hace desde el gobierno, y bloquea junto a sus amigos socialistas una iniciativa de la oposición para que, entre sollozo y sollozo por su éxito electoral en Galicia, dé explicaciones sobre sus supuestos chanchullos con teléfono ajeno, compadreos con abogados y palmaditas en la espalda de ciertos fiscales.
Asistimos pues a otra de las ya innumerables incongruencias de Podemos y sus gentes, un partido de perturbados y vividores que tiene recolectado entre sus filas a lo más granado de los narcotraficantes, abusadores de niñas, malversadores de caudales públicos, condenados por insolvencia punible, exmiembros de ETA, agresores, imputados por prevaricación y malversación, condenados por estafa… un “ejemplar” partido comunista en el que milita y del que vive Dina Bousselham; un partido antimonárquico por definición en el que tiene influencia la dedicada servidora de una monarquía totalitaria y ultramachista.
Así que no. No seré yo quien defienda ni al rey emérito, mitificado por tantos y protegido por unos pocos, ni defenderé a su heredero, continuador de la patraña más grande que ha vivido España desde esa transición idolatrada por muchos y que supuso el reparto sin escrúpulos de una nación a favor de los intereses de las castas privilegiadas. Pero eso no significa que vaya a pasar por alto que una indeseable, infiltrada y aprovechada ciudadana extranjera venga a darnos unas lecciones que en su país le costarían años de cárcel, cuando no algo peor.
Nadie en su sano juicio y con un mínimo criterio de objetividad podría tomar a Juan Carlos I como referente moral de nada. Pero su vergonzoso comportamiento, desgraciadamente disculpado por no pocos españoles que critican las mismas prácticas en políticos y otros personajes famosos, no admite comparación con el de un rey marroquí despótico que mantiene bajo su propiedad, literalmente, a la práctica totalidad de su país.
Pablo Iglesias intenta ahora anular el efecto de este último escándalo redoblando sus ataques contra una monarquía que a él le tolera. Pero no puede ocultar a la opinión pública el hecho de que Dina Bousselham ha sido un torpedo contra la maltrecha línea de flotación de la credibilidad de un partido de perturbados y arribistas que si no se ha hundido ya ha sido porque el PSOE le mantiene a flote. El miedo a una guerra de sucesión en Podemos aparece de nuevo por el horizonte. Hay demasiados militantes que ya advierten -ya tardaban- que a base de promesas incumplidas y de inutilidad manifiesta para gobernar es como el partido ha perdido la mitad de los escaños que llegó a tener. Si tal guerra de sucesión estalla, será un espectáculo digno de ver. Sofá y palomitas.
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