Desde San Agustín hasta Hegel y Marx, los filósofos han concebido la historia como un proceso universal y ascendente, que culmina en una etapa superior, llámese era mesiánica, estado prusiano o sociedad sin clases. Pero un filósofo al que hoy pocos leen, José Ortega y Gasset, observó que la dinámica de la historia es más bien de contrastes. A una época joven le sigue una época vieja, a una masculina, una femenina; a una universalista, una nacionalista… Cuando concluyó la primera guerra mundial, se dijo que era la guerra que había terminado con todas las guerras. El presidente Woodrow Wilson impulsó la creación de la Sociedad de las Naciones para instaurar una época de paz y cooperación internacional y evitar la generación de nuevos conflictos. Pero la crisis económica de 1929, con su consiguiente desempleo, causó en todo el mundo la reaparición de nacionalismos, odio a los inmigrantes y la búsqueda de gobiernos autoritarios y fuerte intervención estatal. Tras la caída de la Unión Soviética en 1991, la globalización se enseñoreó de un mundo que quedó en manos de transnacionales. La crisis económica del 2008 ha mostrado que las tendencias globalizadoras, la aparición de grandes bloques económicos, como el Nafta, el Mercosur e incluso la Unión Europea, son incapaces de resolver el creciente desempleo y la desigualdad. De nuevo, aparición de nacionalismos, odio a los inmigrantes y anhelo de gobiernos autoritarios. El triunfo de Trump y el Brexit se enmarcan dentro de esa tendencia. Incluso hay frases que enfatizan el paralelo entre las dos épocas. La guerra que terminó con todas las guerras transmite el mismo triunfalismo que la expresión “el final de la historia”, de Francis Fukuyama, un asesor de Reagan que escribió que, tras la caída de la Unión Soviética, nadie sobre la Tierra iba a discutir la supremacía de la democracia liberal sobre cualquier otro sistema económico y político. La aparición de los conflictos étnicos en Yugoslavia y del socialismo del siglo XXI no tardó en desmentirlo.
Ortega agregaba que hay épocas jóvenes y viejas, masculinas y femeninas. Por ejemplo, ser viejo era un honor en la antigua Esparta, solo los mayores de 60 años formaban parte del más alto órgano de la ciudad, la Gerusía. También era bueno en la Europa del siglo XVIII, incluso los jóvenes usaban pelucas blancas para aparentar más edad y experiencia. Hoy las personas de edad se quejan de no hallar trabajo. Quienes nacieron en el decenio del 80 y un poco después encontrarán inimaginables las frases que yo escuché de muchas mujeres de los 70: “los hombres musculosos dan asco”. El tipo ideal masculino era el trovador, alguien delgado, lánguido y espiritual. Era impensable que Bob Dylan o Joan Manuel Serrat se quitaran la camisa en un concierto y trataran de hacer movimientos sensuales. Una de las series más populares de la época era Kung Fu. El delgado protagonista pedía consejos constantemente a su anciano y sabio maestro. George Harrison buscó la sabiduría hindú, los Beatles, con sus cabellos y barbas descuidadas, aparentaban más edad que la que en realidad tenían. Pero en los 80, las películas de Rocky y la canción Físico de Olivia Newton marcaron un cambio hacia el gusto por los músculos prominentes, la juventud y la agilidad. La época se “materializó” en todos los sentidos y el centro de atención pasó a la juventud y la fuerza física en consonancia con un mundo más competitivo que venía saliendo de la crisis del alza del petróleo de 1978.
Ortega calificaba la época como femenina o masculina no de acuerdo con quién detentaba el poder sino a quién era el centro de atención. A pesar de la falta de musculaturas prominentes, los 70 fueron una época masculina. El centro de atención no era la mujer, aunque entonces se dieran amplias luchas por la liberación femenina. Las canciones pierden romanticismo, el ideal del trovador no es conseguir a una mujer maravillosa o llorar por perderla, como en los boleros y las baladas antiguas. Los temas son la libertad, la lucha contra el sistema y la búsqueda de la verdad y la sabiduría. Basta una ojeada a las letras de las canciones: en una el tema es precisamente el hombre que debe alejarse de la mujer para arreglar el mundo. Un trozo dice: “doce horas de trabajo, quedarse siempre abajo, cuatro negros perseguidos, una huelga, cien heridos, la verdad encarcelada, maltratada y condenada, estas son las cosas que día a día me alejan de tu corazón, querida mía, amada mía… Luis Eduardo Aute decía, “Voy buscando libertad y no quieren oír, es una necesidad para poder vivir… Otras tenían un tinte muy machista, el ejemplo por antonomasia es Vagabundear, de Serrat: “No llores porque no me voy a quedar, me diste todo lo que tú sabes dar, las sombras que en la tarde da una pared y el vino que me ayuda a olvidar mi sed, qué más puede ofrecer una mujer… si de veras me buscas me encontrarás, es muy largo el camino para mirar atrás, qué más da, qué más da, aquí o allá… En cambio, Ortega calificaría la época actual como joven y femenina. Para esto le bastaría ver las vallas publicitarias, plagadas de jóvenes modelos, los cursos de “deconstrucción de la masculinidad” y las tesis sobre género, propias de las universidades estatales.