Revista Conciertos
Viernes 31 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto de Abono 13, OSPA, Lawrence Power (viola), Rumon Gamba (director). Obras de Britten, Rózsa y Shostakovich.
No soy supersticioso, más bien creo que el número 13 da suerte (supongo que es herencia famiiar) y el penúltimo de la temporada de "mi OSPA", con quien llevo casado los mismos años que con mi esposa, volvió a resultar excelente, en la línea emprendida de ofrecer programas con solistas de primera, obras nuevas sin olvidar el aspecto didáctico, y el repertorio sinfónico habitual, esta vez todo del siglo XX que resulta cercano a muchos de los asistentes, este viernes mucho menos de los habituales y algo preocupante. Tampoco se olvidaron de un centenario que no resulta tan mediático como los de Verdi y Wagner pero que acabará teniendo más hueco este mismo año: Benjamin Britten (1913-1976).
Al inglés correspondió abrir velada con su "Funeral ruso" para metal y percusión (1936) donde estas secciones también dieron el paso de calidad y demostraron un nivel que creció a lo largo de este curso escolar. El maestro Gamba, que volvía al podio, se encargó de mostrar sus cartas en esta obra que sonaba por vez primera: apostar por la dinámica como generadora de color. Empaste broncíneo en una breve partitura llena del particular lenguaje de Britten en un poema sinfónico con carga ideológica como bien explica Cosme Marina en las notas al programa (están vinculadas a los autores al inicio de esta entrada). Guerra y muerte hechas música.
El húngaro Miklós Rózsa (1907-1995), oscarizado varias veces por sus bandas sonoras que también disfrutamos, compuso este Concierto para viola, Op. 37 en los inicios de los 80, siguiendo las líneas digamos académicas. Si además podemos contar con un solista como Lawrence Power no descubrimos ya la obra sino el protagonismo de un instrumento con colorido propio. A lo largo de sus cuatro movimientos el viola británico sacó la paleta al completo de matices, lirismo, virtuosismo y entrega con una concertación sabia desde el podio que siempre atenta a los planos sonoros apostó por la riqueza de volúmenes en pos de texturas bien ensambladas con el solista, sin perder de vista las referencias al folklore de la tierra de Rózsa, siempre presentes incluso en sus obras cinematográficas como firma personal. Conocida es mi tendencia a los movimientos lentos, y el III Adagio no fue la excepción, pero desde el largo I Moderato assai hasta el IV Allegro con spirito el concierto nos llevó a distintas velocidades dependiendo de la senda tortuosa, placentera, en subida o parándonos a disfrutar de un paisaje sonoro que emanaba por sí solo desde una orquesta madura y plena. La clave pienso que estuvo en el amplio diseño de la dinámica que consiguió la riqueza de color instrumental, transmitida igualmente por la viola de Power. La zarabanda bachiana de propina volvió a regalarnos un sonido sin igual desde una interpretación introspectiva como era de esperar.
Siempre digo que no hay quinta mala. La Sinfonía nº5 en Re m., Op. 47 (1937) de Dmitri Shostakovich (1906-1975) resultó pletórica en las manos de Gamba que con gesto exagerado pero necesario para una orquesta que no es la suya, entendió perfectamente las intenciones desde el primer movimiento Moderato. Este viernes la colocación "habitual" no restó calidades en ninguna de las obras, y "la quinta" surcó por mares de excelencia, con un desarrollo siempre in crescendo y pinceladas pianissimi preparando un desembarco triunfal. El III Largo tuvo tal intensidad dramática que la explosión sonora del IV Allegro non troppo no fue sino el digno colofón a un concierto donde el juego de volúmenes sacó a la luz todo el colorido de la formación asturiana para esta quinta de Dmitri.
Me gustó el estilo del británico Gamba precisamente por su claridad de ideas, dejando que los profesores pusiesen su buen hacer habitual, con pocos refuerzos y algún coprincipal de solista en el penúltimo de la temporada. Maestría y veteranía desde la dirección al conocer que del juego con los matices siempre extremos, válidos por las obras programadas, resultan tímbricas llenas de colorido que amplían una paleta orquestal irisada como nunca.
Sólo queda esperar la interesante clausura de temporada el próximo viernes 7 de junio, de nuevo con Milanov, con las Cuatro últimos lieder de Richard Strauss y la soprano canadiense Measha An Brueggergosman, y de colofón la inmensa Séptima sinfonía de Anton Bruckner, pero como decimos los profesores a estas alturas de curso, la calificación global no cambiará mucho y será alta.
No soy supersticioso, más bien creo que el número 13 da suerte (supongo que es herencia famiiar) y el penúltimo de la temporada de "mi OSPA", con quien llevo casado los mismos años que con mi esposa, volvió a resultar excelente, en la línea emprendida de ofrecer programas con solistas de primera, obras nuevas sin olvidar el aspecto didáctico, y el repertorio sinfónico habitual, esta vez todo del siglo XX que resulta cercano a muchos de los asistentes, este viernes mucho menos de los habituales y algo preocupante. Tampoco se olvidaron de un centenario que no resulta tan mediático como los de Verdi y Wagner pero que acabará teniendo más hueco este mismo año: Benjamin Britten (1913-1976).
Al inglés correspondió abrir velada con su "Funeral ruso" para metal y percusión (1936) donde estas secciones también dieron el paso de calidad y demostraron un nivel que creció a lo largo de este curso escolar. El maestro Gamba, que volvía al podio, se encargó de mostrar sus cartas en esta obra que sonaba por vez primera: apostar por la dinámica como generadora de color. Empaste broncíneo en una breve partitura llena del particular lenguaje de Britten en un poema sinfónico con carga ideológica como bien explica Cosme Marina en las notas al programa (están vinculadas a los autores al inicio de esta entrada). Guerra y muerte hechas música.
El húngaro Miklós Rózsa (1907-1995), oscarizado varias veces por sus bandas sonoras que también disfrutamos, compuso este Concierto para viola, Op. 37 en los inicios de los 80, siguiendo las líneas digamos académicas. Si además podemos contar con un solista como Lawrence Power no descubrimos ya la obra sino el protagonismo de un instrumento con colorido propio. A lo largo de sus cuatro movimientos el viola británico sacó la paleta al completo de matices, lirismo, virtuosismo y entrega con una concertación sabia desde el podio que siempre atenta a los planos sonoros apostó por la riqueza de volúmenes en pos de texturas bien ensambladas con el solista, sin perder de vista las referencias al folklore de la tierra de Rózsa, siempre presentes incluso en sus obras cinematográficas como firma personal. Conocida es mi tendencia a los movimientos lentos, y el III Adagio no fue la excepción, pero desde el largo I Moderato assai hasta el IV Allegro con spirito el concierto nos llevó a distintas velocidades dependiendo de la senda tortuosa, placentera, en subida o parándonos a disfrutar de un paisaje sonoro que emanaba por sí solo desde una orquesta madura y plena. La clave pienso que estuvo en el amplio diseño de la dinámica que consiguió la riqueza de color instrumental, transmitida igualmente por la viola de Power. La zarabanda bachiana de propina volvió a regalarnos un sonido sin igual desde una interpretación introspectiva como era de esperar.
Siempre digo que no hay quinta mala. La Sinfonía nº5 en Re m., Op. 47 (1937) de Dmitri Shostakovich (1906-1975) resultó pletórica en las manos de Gamba que con gesto exagerado pero necesario para una orquesta que no es la suya, entendió perfectamente las intenciones desde el primer movimiento Moderato. Este viernes la colocación "habitual" no restó calidades en ninguna de las obras, y "la quinta" surcó por mares de excelencia, con un desarrollo siempre in crescendo y pinceladas pianissimi preparando un desembarco triunfal. El III Largo tuvo tal intensidad dramática que la explosión sonora del IV Allegro non troppo no fue sino el digno colofón a un concierto donde el juego de volúmenes sacó a la luz todo el colorido de la formación asturiana para esta quinta de Dmitri.
Me gustó el estilo del británico Gamba precisamente por su claridad de ideas, dejando que los profesores pusiesen su buen hacer habitual, con pocos refuerzos y algún coprincipal de solista en el penúltimo de la temporada. Maestría y veteranía desde la dirección al conocer que del juego con los matices siempre extremos, válidos por las obras programadas, resultan tímbricas llenas de colorido que amplían una paleta orquestal irisada como nunca.
Sólo queda esperar la interesante clausura de temporada el próximo viernes 7 de junio, de nuevo con Milanov, con las Cuatro últimos lieder de Richard Strauss y la soprano canadiense Measha An Brueggergosman, y de colofón la inmensa Séptima sinfonía de Anton Bruckner, pero como decimos los profesores a estas alturas de curso, la calificación global no cambiará mucho y será alta.