Revista Comunicación

Dinero y poder; Escobar y Trump

Publicado el 20 enero 2017 por Solano @Solano

Con imágenes de MSNBC.com y El EspectadorEn pocas horas, Donald Trump, un genuino outsider y showman (si hay un post para escribir anglicismos es este) se entronizará como amo supremo de la potencia económica, política y cultural más grande del mundo. No es poca cosa lo que esto significa.

Cuando Trump esté haciendo el juramento ante la bandera de estrellas y rayas estará ante la mirada atónita de millones de espectadores en todo el planeta, televidentes que asistirán a un evento como si fuera el Super Bowl, o mejor aún, el estreno del más inverosímil de los reality shows de la televisión hasta el momento. ¿Pero será tan inverosímil? No lo creo tanto.

Aunque el mundo entero tardó en volver en sí cuando se reveló que Trump era el nuevo presidente electo de Estados Unidos, cada vez más hay pistas de que su elección y el apoyo a sus primeras decisiones contará con el aplauso de las grandes masas. Hoy, la resaca sigue pero creo que Estados Unidos eligió a este hombre por varias razones que van desde el genuino hastío por la clase política tradicional donde Trump es totalmente disruptivo; pasando por la invocación del regreso de esa “Gran América” colosal, pletórica en empleos; la renovación de la seducción que producen las ultraderechas en Occidente; hasta la solapada idolatría a la opulencia donde si hay un ícono claro es el propio Trump. El magnate de Manhattan es, para los demás ricos del club, el Flavor Flav de los multimillonarios. Su prudencia tiene la filigrana de un bulldozer y eso, paradójicamente, le sumó puntos durante la campaña, especialmente dentro de la derecha raizal, la blanca clase trabajadora en los estados del maizal.

Mostrar los millones representados en los excesos ha sido parte de la puesta en escena, del branding de Trump como símbolo y prueba fehaciente del éxito. Entre mayor sea el color dorado exhibido en cada escalera eléctrica de sus construcciones, o en la grifería de sus baños o en partes de sus vehículos, más exitoso se es en este reality del triunfo económico. Cabe anotar que emergió como el heredero de un imperio inmobiliario en el cielo de las viviendas y las oficinas: Nueva York.

Es allí donde de manera inconsciente se me vino a la memoria la cosmogonía de Pablo Escobar, un hombre cuya mente criminal también puso a hablar (y a temblar) de él al mundo entero. El más famoso de los narcotraficantes del planeta labró su éxito sobre la industria que ayudó a crecer, consolidar y a innovar. El éxito también tenía que ser representado en la vastedad de las tierras, los excesos de todo tipo, rodearse de mujeres bellas, los vehículos lujosos y claro, el baño de oro hasta en los inodoros.

Lo que llama poderosamente la atención es que tanto Escobar como Trump han desistido en la historia a pasar inadvertidos para las grandes audiencias. El amor por el dinero, que puede ser una ambición profana pero legítima, no alcanzó a calmar la emoción en estos hombres que luego persiguieron la fama. Ambos le coquetearon a las cámaras por su efecto en las masas y la consecuente implicación para la búsqueda del poder. A Escobar, sus colegas del Cartel de Medellín no le perdonaron el deseo del Capo de incursionar en la política, solo que nadie le atravesaba un “no” en sus decisiones. No era bueno para la salud…

A Trump lo sedujo la idea de protagonizar The Apprentice (‘El aprendiz’), un verdadero reality show en el que el magnate juzgaba las aptitudes empresariales de los concursantes en diversas pruebas, pero lo que más celebraba el público en esos 186 episodios desde 2004 hasta 2015 era el momento en que el máximo jefe despedía a los que perdían en cada capítulo con su lacónico “You’re Fired!” (“¡Estás despedido!”). Algo que de manera mucho más criminal Escobar solía hacer pero con balas a los que él juzgaba como traidores o solo por deporte sin que le temblara una ceja.

A ambos los atrapó no solo la palabra incendiaria, sino la idea del poder que dan las armas. De Escobar no hay mucho que explicar en este punto, solo que le asistía la medieval idea de la Ley del Talión (“ojo por ojo, diente por diente”) pero de Trump basta decir que ama la idea del derecho consagrado que da la Segunda Enmienda al porte de armas. Sin embargo, hoy, la angustia de buena parte del planeta es cómo un muy visceral Trump, que suele reaccionar en caliente a las provocaciones, podrá autocontrolarse cuando un escolta militar lo persigue con un maletín que contiene las claves para disparar misiles nucleares. El tiempo que hay entre una orden del Presidente y la detonación de un misil es de solo cuatro minutos.

A ambos los enamoró el poder político como binomio perfecto para el poder económico. Y esto, a su vez, sirve a los poderosos para imponer su ética y estética de oro y mujeres siliconadas. En los próximos meses veremos si Trump fue uno como candidato y otro como Presidente, pero sobre todo la verdadera cara se verá en la muy segura reelección, una tradición tan estadounidense como la Coca-Cola. Es en las reelecciones donde se abre la cremallera de la espalda a los hombres y emergen los monstruos.


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