Esta semana se han difundido en España tantos casos de corrupción, incluidos los de los nuevos políticos de Podemos, que habrá que concluir que este país existe gracias a esa basura que, reciclada, resulta excelente biocombustible para la lámpara de Diógenes.
La Infanta Cristina está ya imputada por dos delitos contra la Hacienda pública y otro de blanqueo de capitales, y la vicepresidenta del Banco Europeos de Inversiones, Magdalena Álvarez, debe irse por crear enseñar cómo esquilmar los ERE andaluces, motivo de detención de decenas de sindicalistas, socialistas y comunistas.
Los casos Bárcenas y Gürtel, afectan a importantes militantes del PP, el Pokemon, que toca al PP, al PSOE y a nacionalistas gallegos, los nacionalistas catalanes de CiU, grandes comisionistas, las corrupciones populares en Valencia y Baleares; la lista nacional es gigantesca.
Luego, la dulce tarta del centenar de familiares enchufados por los responsables del Tribunal de Cuentas, que es el que debería controlar a los grupos anteriores.
El que tiene menos enchufados, sólo dos, es el presidente, Ramón Álvarez de Miranda, un infeliz; familia feliz la del ugetista Julio Ronda, que ha enchufado a ocho; los enchufes eléctricos múltiples se llaman ladrones.
Las investigaciones aparecen por todas partes, y los jueces no dan abasto; aunque también muchos están politizados y un tercio de ellos son del Cuarto Turno, enchufados sin oposición por afinidades políticas, familiares o de otro tipo.
¿La izquierda radical?: un consejero catalán de ERC hacía contrabando de tabaco desde su despacho, el eurodiputado comunista Willy Meyer se beneficiaba de una Sicab supercapitalista, y Pablo Iglesias Turrión y los suyos chupan sanguinarias subvenciones millonarias de los déspotas venezolanos y de los ayatolás iraníes.
Diógenes seguirá buscando un hombre honesto en España: no lo encontrará porque él tampoco lo es.
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SALAS