Dios aprieta pero no ahoga", solía decir ella. Ella, que ahora yace sin vida ahí abajo... Una pala. Y recuerdo el día que la conocí; unos enormes ojos negros clavados en mí. "¿No vas a decirme nada?"... Otra pala. Y recuerdo la noche de bodas. "Pareces una gaviota y yo tu playa"... Otra pala. Y recuerdo el diagnóstico médico. "Pase lo que pase, voy a tener a nuestro hijo"... Tres palas, seguidas de otras palas, y todo mi mundo cubierto de tierra... Me alejo desolado del cementerio... Y me siento en un banco de la iglesia donde nos casamos. Quiero estar cerca de Dios, de su Dios. Le ruego que apriete para siempre, que me lleve con ella, que soy un ave derrotada, huérfana, sin amadas costas que sobrevolar. Pero Dios se niega a escucharme... Regreso a casa! . Y me asomo a la cuna, y el bebé me mira, y en su mirada creo adivinar otra mirada... Y la triste soga que oprimía mi garganta impidiéndome respirar comienza a aflojarse lentamente... "Cariño, Dios aprieta pero no ahoga."
Texto: Nuria Rubio González