–Fíjate, muchacho, el mundo está dominado por el mal. Mejor dicho, por el Mal con M mayúscula. Y no me refiero sólo al mal del que mata a su semejante para robarle dos reales, o el mal de la SS que ahorcan a nuestros compañeros. Me refiero al Mal en sí, el mal por el que los pulmones se me han podrido, una cosecha se echa a perder, una granizada puede sumir en la más negra miseria al dueño de una pequeña viña, que es todo lo que tiene. ¿Te has preguntado alguna vez por qué existe el Mal en el mundo? Ante todo, la muerte, que a la gente le gusta mucho vivir y, un buen día, ricos y pobres, la muerte se los lleva, incluso siendo niños. ¿Has oído hablar alguna vez de la muerte del universo? Yo que leo lo sé: el universo, digo todo todo, las estrellas, el sol, la Vía Láctea, es como una pila eléctrica que dura y dura pero mientras tanto se va descargando, y un día se agotará. Fin del universo. El Mal de los males es que el mismo universo está condenado a muerte. Desde su nacimiento, por decirlo de alguna manera. ¿Y te parece un buen mundo éste, donde existe el Mal? ¿No era mejor un mundo sin mal?
–Pues claro –filosofaba yo.
Sin Título, Fermín Eguía
–Seguro, uno va y dice que el mundo nació por equivocación, que el mundo es una enfermedad del universo que no andaba muy bien de salud, y un buen día, venga, le sale esa pústula que es el sistema solar, y nosotros nos lo tragamos a pies juntillas. Pero las estrellas, la Vía Láctea y el sol no saben que tienen que morir y no se lo toman a mal. En cambio, de la enfermedad del universo nacimos nosotros, que por desgracia nuestra somos una panda de listos y hemos entendido que hay que morir. Por lo cual, no sólo somos las víctimas del Mal sino que encima lo sabemos. Qué alegría, tú.
–Pero eso de que el mundo no lo hizo nadie lo dicen los ateos, y tú dices que no eres ateo...
–No lo soy porque no consigo creer que todo lo que vemos a nuestro alrededor, y la forma en la que crecen los árboles y los frutos, y el sistema solar, y nuestro cerebro hayan nacido por casualidad. Están demasiado bien hechos. Por lo cual, tiene que haber sido una mente creadora. Dios.
– ¿Y entonces?
–Entonces, ¿cómo concilias a Dios con el Mal?
–Así a bocajarro no lo sé, déjame que piense...
–Anda ya, déjame que piense, dice el tío, como si no hubiera habido en siglos y siglos cabezas sutilísimas que han pensado...
– ¿Y a qué han llegado?
–A un pito. El Mal, han dicho, lo introdujeron en el mundo los ángeles rebeldes. ¿Pero cómo? Dios ve y prevé todo, ¿y no sabía que los ángeles rebeldes se le iban a rebelar? ¿Por qué los creó, si sabía que se le rebelarían? Como si fuera uno que se dedica a hacer neumáticos de automóviles para que estallen al cabo de dos kilómetros. Sería un gilipuertas. Pues no, él los ángeles los crea, después se pone como unas pascuas de contento, mira que par de cojones tengo que sé hacer también ángeles... Luego espera a que se le rebelen (con lo que babearía esperando a que la diñaran) y los arroja al infierno. Pues bien, entonces es una mala bestia. Otros filósofos han pensado otra buena: el Mal no existe fuera de Dios, sino que él lo lleva dentro, como una enfermedad, y Dios se pasa la eternidad intentando liberarse. Pobrecillo, puede que sea así. Pero, mira, yo sé que soy tísico y nunca echaré hijos míos a este mundo, para no crear a unos desgraciados, porque la tisis se pasa de padre a hijo. Y un Dios que sabe que tiene esa enfermedad, ¿va y te hace un mundo que por mucha chorra que tenga estará dominado por el Mal? Pura maldad. Además, uno de nosotros puede engendrar a un hijo sin quererlo, porque una noche se deja llevar y no usa el condón; pero no, Dios ha engendrado el mundo porque lo quería.
– ¿Y si se le hubiera escapado, como a uno se le escapa el pis?
–Tú crees que estás diciendo algo divertido, pero es precisamente lo que han pensado otros cerebros finos. A Dios el mundo se le ha escapado como si fuera una meada. El mundo es un efecto de su incontinencia, como a uno a quien se le inflama la próstata.
– ¿Qué es la próstata?
–No importa, imagínate que te he puesto otro ejemplo. Mira, que el mundo se le haya escapado, que Dios no haya conseguido aguantarse y que todo esto sea el efecto del Mal que lleva encima, parece ser que es la única manera de disculpar a Dios. Nosotros estamos con la mierda hasta los ojos, pero tampoco él está mejor. Lo que pasa es que entonces caen como peras todas las cosas bonitas que nos cuentan en el Oratorio, sobre Dios que es el Bien, y que es el ser perfectísimo creador del cielo y de la tierra. Ha sido el creador del cielo y de la tierra precisamente porque era imperfectísimo. Y por eso ha construido las estrellas como una pila que no se recarga.
–No, perdona, Dios habrá construido un mundo donde nosotros estamos destinados a morir, pero lo ha hecho para someternos a una prueba y para que nos ganemos el paraíso, y por lo tanto la felicidad eterna.
–O para que disfrutemos del infierno.
–Los que ceden a las tentaciones del diablo.
–Tú hablas como un teólogo, que tienen todos una mala fe que manda cojones. Dicen, como tú, que el Mal existe, pero que Dios nos ha hecho el mejor regalo del mundo, que es nuestro libre albedrío. Podemos hacer libremente lo que nos manda Dios o lo que nos sugiere el Diablo, y si luego nos vamos al infierno es justo porque no hemos sido creados como esclavos sino como hombres libres, pero, claro, hemos usado mal nuestra libertad y hay que joderse.
–Pues sí.
– ¿Pues sí? ¿Pero a ti quién te ha dicho que la libertad es un regalo? A ver, cuidado con confundir las cosas. Nuestros compañeros del monte están combatiendo por la libertad, pero es la libertad contra otros hombres que nos querían convertir en puras máquinas. La libertad es una cosa hermosa entre hombre y hombre; tú no tienes derecho a obligarme a hacer o pensar lo que tú quieres. Además, nuestros compañeros eran libres de decidir si irse al monte o emboscarse en algún sitio. Pero la libertad que me ha dado Dios, ¿qué libertad es? Es la libertad de ir al paraíso o al infierno, sin medias tintas. Tú naces y estás obligado a jugar esta partida de tute, y si la pierdes sufres toda la eternidad. ¿Y si yo no quiero jugar? El Pelado (Mussolini), que entre tantas cosas malas algo bueno habrá hecho, prohibió los juegos de azar, porque ahí la gente cae en la tentación y luego se arruina. Y no vale decir que uno es libre de ir o no ir. Mejor que la gente no caiga en la tentación. En cambio, Dios nos ha creado libres y la mar de débiles, expuestos a las tentaciones. ¿Es un regalo? Es como si yo te tirara por esa cuesta y te dijera tú tranquilo, que tienes la libertad de agarrarte a una mata y volver a subir, o de dejarte rodar hasta que te quedes como la carne picada que comen en Alba. Tú podrías decirme: ¿pero por qué me has tirado si estaba tan bien aquí? Y yo te contesto: para ver si eras bueno. Menuda broma. Tú no querías probarme que eras bueno, te conformabas con no caerte.
–Ahora me estás confundiendo. ¿Cuál es tu idea entonces?
–Es sencillo, sólo que nadie lo ha pensado todavía. Dios es malo. ¿Por qué los curas te dicen que Dios es bueno? Porque nos ha creado. Pero precisamente ésa es la prueba de que es malo. Dios no tiene el Mal como nosotros tenemos un mal día. Dios es el mal. Quizá, puesto que es eterno, no era malo hace millones y millones de años. Se ha ido volviendo malo, como esos niños que en verano se aburren y empiezan a arrancarles las alas a las moscas, para pasar el rato. Si piensas que Dios es malo, todo el problema del mal se vuelve clarísimo.
– ¿Todos malos, entonces?, ¿También Jesús?
– ¡Ah, no! Jesús es la única prueba de que por lo menos nosotros los hombres sabemos ser buenos. La verdad, no estoy seguro de que Jesús fuera el hijo de Dios, porque no logro explicarme francamente cómo pudo nacer semejante trozo de pan de un padre tan malo. No estoy ni siquiera seguro de que Jesús existiera de verdad. Quizá lo inventamos nosotros, pero precisamente éste es el milagro, que se nos haya ocurrido una idea tan bonita. O quizá existió, era el mejor de todos, y decía que era hijo de Dios por su buen corazón, para convencernos de que Dios era bueno. Pero si te lees bien el Evangelio, te percatas de que también él, al final, se había dado cuenta de que Dios era malo: se asusta en el huerto de los olivos y pide que aleje de él ese cáliz, pero, tate, Dios no lo escucha; grita en la cruz padre mío por qué me has abandonado y, tate, Dios estaba mirando hacia el otro lado. Claro que Jesús nos ha enseñado qué puede hacer un hombre para enderezar la maldad de Dios. Si Dios es malo, intentemos ser buenos por lo menos nosotros, intentemos perdonarnos los unos a los otros, no hacernos daño, curar a los enfermos y no vengarnos de las ofensas. Ayudémonos entre nosotros, dado que ése no nos ayuda. ¿Entiendes lo grande que fue la idea de Jesús? Y lo que se fastidiaría Dios. Jesús ha sido el único verdadero enemigo de Dios, dónde queda el Diablo; Jesús es el único amigo que tenemos nosotros, pobres hijos de Dios.
Fuente: Umberto Eco, La misteriosa llama de la reina Loana, Barcelona, Lumen, 2005, pp. 378 – 383.