Revista Cultura y Ocio

Dios no puede ser el substrato de ninguna cualidad, ya qu...

Por Daniel Vicente Carrillo

Dios no puede ser el substrato de ninguna cualidad, ya que, si así fuera, sería compuesto, como el inteligente es el substrato de su inteligencia y el hablante lo es de su habla. Es así que, si el inteligente es al mismo tiempo hablante, el que es inteligente y hablante es superior a la inteligencia y al habla, ya que la inteligencia puede inteligir pero no hablar, y el habla puede hablar pero no inteligir, mientras que el substrato de ambas puede las dos. Por lo que, si Dios todo lo puede, debe ser superior a cada una de sus acciones y el substrato de todas ellas, lo que conlleva hacer de Dios algo múltiple, a no ser que se pretenda que todas sus acciones son una sola, y que el inteligir es en Dios lo mismo que el hablar. Pero, por esta razón, deberá decirse también que el crear es en Dios lo mismo que el destruir, y el salvar lo mismo que el condenar, lo que es absurdo. En consecuencia, es evidente que un Dios que lo obre todo y sea superior a cada una de sus acciones será su substrato y será múltiple.
Asimismo, Dios no puede ser pasivo, sino que es eternamente activo, es decir, es siempre inteligente, hablante y todo lo demás. Por tanto, si el obrar de Dios conlleva su multiplicidad, Dios será eternamente múltiple. Pero esto debe rechazarse, dado que Dios es el único necesario, y no podría serlo si fuera múltiple y hubiera en Él división.
Para evitar atribuir multiplicidad a Dios debemos excluir que Dios sea objeto de su propio obrar, pues ya hemos visto que o bien lo haremos igual a cada una de sus acciones e inferior a todas ellas tomadas en su conjunto, lo que es ilógico, ya que emanan de Él, o bien tendremos que concebirlo como substrato y múltiple. Para mantener su unicidad, afirmaremos, entonces, que Dios siempre obra en otro. Y, así, su obrar, si es eterno, es un engendrar otro igual; y, si es temporal, es un crear otro inferior. Pues, por la misma razón que el ser contingente existe y obra siempre en sí y por otro, el ser necesario existe y obra siempre por sí y en otro. Aquél obra en sucesión temporal, y obrando -aunque no sea su propio objeto- se actualiza; éste obra indivisamente, sin experimentar cambio alguno.
Nadie duda que, cuando Dios obra en el tiempo, su obrar necesariamente aumenta con el tiempo, ya que sostiene a su creación, y sosteniéndola la prolonga, dada la finitud de ésta. Ahora bien, cuando Dios obra eternamente en otro, su obrar no es susceptible de aumento y disminución, en tanto la eternidad se da toda a la vez. Luego, cuando Dios engendra en la eternidad, da lugar a aquello que ni aumenta ni disminuye y es, como Él, infinito. Por tanto, Dios da lugar a Dios sin ser por ello múltiple o divisible, toda vez que engendra antes de todo tiempo y sin materia.
Por ello, ha de afirmarse que el Padre obra en el Hijo, engendrándolo; el Hijo obra en el Padre, reflejándolo; y el Espíritu Santo obra en ambos, uniéndolos. Asimismo, que la Trinidad obra en el mundo, creándolo y sustentándolo. De esta manera, Dios siempre obra en otro.

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