Este es el título sugerente del libro escrito por el Cardenal Sarah, publicado por editorial Palabra, que en forma de entrevista recoge el pensamiento de este eclesiástico nigeriano.
Acabo de leerlo y no he encontrado nada superfluo en sus 352 páginas. Ahora, que nos hemos visto sorprendidos con unas declaraciones del Papa Benedicto, sobre los males que aquejan a la Iglesia, no me resisto a transcribir lo que dice el Cardenal Sarah, a propóstio del relativismo:
"En un sistema relativista todos los caminos son posibles,
como fragmentos múltiples de un avance del progreso. El bien común es fruto de un
diálogo continuo entre todos, un encuentro de distintas opiniones particulares,
una torre de Babel fraternal donde cada uno posee una parcela de verdad. El
relativismo moderno llega incluso a pretender ser la encarnación de la
libertad. Así esta última se convierte en la obligación imperiosa de creer que no
existe ninguna verdad superior: en este nuevo Edén, el hombre que rechaza la
verdad revelada por Cristo se hace libre. El vivir juntos se convierte en un
horizonte infranqueable, en el que cada individuo puede contar con su visión
moral, filosófica y religiosa. En consecuencia, el relativismo arrastra al
hombre a crear su propia religión, poblada de múltiples divinidades más o menos
patéticas, que nacen o mueren a capricho de las pulsiones en un mundo que no
puede sino recordar a las antiguas religiones paganas.
Dentro de este yugo totalitario, la Iglesia pierde su
carácter absoluto: sus dogmas, su enseñanza y sus sacramentos son prácticamente
ilícitos o se disminuye su rigor y su exigencia. La Esposa del Hijo de Dios
queda marginada en medio del desprecio que genera la cristianofobia, pues es un
permanente obstáculo. La Iglesia se convierte en uno más, y el objetivo
filosófico es su muerte por disolución progresiva: los relativistas esperan con
impaciencia esa gran noche. Trabajan para el advenimiento del reino de las
tinieblas".