Cuando se habla de Dios y fe, se tiende a olvidar algo esencial que está en la base de la creación y del ser humano: la alegría de vivir, que es una fuerza poderosa que empuja al individuo y al mundo. Por eso el humor siempre funciona y es necesario en la vida. El gusto por lo divertido y por la alegría es consustancial a Dios y a la fe. Ser alegres, contagiar alegría y compartir humor y felicidad, son elementos tan importantes como mantener la fe en Dios.
La fe se trabaja día a día mediante la oración. El Padrenuestro, el Ave María y el rosario nos permiten orar y comunicar con Dios. Estos rezos no sólo tienen un significado espiritual, sino que proporcionan al creyente una fuerza anímica tranquilizadora, de paz y sosiego. La energía y el significado de sus palabras nos permiten centrarnos, recuperar el equilibrio y liberarnos de los problemas que nos inquietan.
Rezar es hablar con Dios, usar las palabras de la fe y alejar la sordera y la mudez que nos impediría esa conversación personal. Aprender a rezar es como aprender el lenguaje de Dios, aprender a escuchar la voz de Dios, a entenderlo, siquiera sea a veces. Todos podemos hablarle a Dios, basta con rezar y usar su lenguaje, sus oraciones.
Vivir lo importante en esta vida es mirar no sólo con los ojos porque hay infinidad de matices que no se ven, que sólo se perciben. Lo imperceptible es muchas veces lo esencial, como la inteligencia. O la fe. O el lenguaje de Dios. Debemos aprender a ver más allá de lo que tenemos frente a los ojos.
Para eso necesitamos romper una barrera, la que impone la cultura científica y tecnológica, que extiende un mundo en el que las personas viven en una sociedad sin Dios, produciendo y creando sin Dios. El estado de bienestar y la cultura de la tecnología hace que la tentación de pensar que todo termina en aquello que podemos demostrar o construir, sea muy grande, dejando relegada la fe y el papel de Dios, que implica trabajar aspectos espirituales a los que no todos están dispuestos.
Si aceptamos que Dios está ahí y nos ama, podemos proyectar esa misma fe y ese amor hacia los demás, asentar nuestra vida en roca firme: en el amor de Dios, que alimenta la fe con realidades tangibles. Si Dios es capaz de plasmar el amor en una persona, el milagro se hace realidad. La fe ya es una realidad, más fuerte que cualquier producto que podamos fabricar. La seguridad que proporciona la fe nos ayuda a ser más fuertes y también más tolerantes, precisamente porque nada debemos de temer.
Cristo dijo “yo soy la Verdad”. Y nos exige que busquemos la verdad, esto nos lleva a la realidad del Creador, del Salvador, y de nuestro propio ser. Necesitamos conservar el valor de la verdad, de aceptarla y de buscarla activamente. La verdad debe ser aceptada con humildad y agradecimiento porque nos brinda libertad.
La fe no es una meta ni un objetivo, tampoco es conocimiento, sino un ingrediente esencial de la vida para crecer espiritualmente cada día. Es algo vivo, que envuelve a la persona en toda su dimensión: la voluntad, la razón, el sentimiento… La fe puede y debe arraigar cada vez más en la vida del individuo para mejorar y alcanzar la auténtica comunicación con Dios y consigo mismo.