Revista Literatura
La leonada bruja
bajo descalza por la calle desierta
derrocha su hirviente cabellera dorada
improvisadas madrugadas
Mira ceñuda buscando un milagro
perdió en la noche su cetro y su manto
llevando en sus manos
las llaves de su pérfido juego.
Ni el rubor que la agita
ni el nácar de su piel
ni sus fronteras sinuosas
cómplices de sus excesos,
nadie salva a la diosa.
La bruja arranca sus sueños tristes
y borra las huellas de la fatalidad,
un glaciar en el espejo le devuelve la mirada.
_ “hay algo ardiente en mis labios
que incansables muerden
esta interminable eternidad
la muerte me debe y quiero una mortaja digna”