Revista Cultura y Ocio

Diosas y dioses – @reinaamora

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Existen otros mundos que pasan por delante de nosotros, son reinos ocultos donde habitan los hijos de las sombras.
Criaturas de la noche que ven brillar las estrellas en el cielo oscuro. Los luceros que tejen nuestras rondas nocturnas, y nos dirigen a chocar furtivamente con otros cuerpos errantes de belleza desconocida, las diosas y los dioses del deseo, de la perversión y de la lujuria…

Son los que no te dan opción a elegir entre el vicio y la virtud, aquellos de los que no puedes escapar. Objetivos, concretos, nítidos, centrados en la búsqueda eterna de sensaciones. Son aquellos que te dirigen directamente a la  perdición, los que nos hacen capaces de hipotecar nuestras vidas por pasar una noche con alguno o alguna de ellos,  consumidos por el deseo. Deseando que salten sobre ti y que enciendan tu mundo al calor del fuego del pecado, alcanzando el calor del mismo averno.

Pasan por mi mente, como diapositivas, una tras otra, los momentos, las sensaciones, los instantes que me llevaron al infierno de los bajos instintos. Son las miradas que te atrapan, te seducen y te desnudan, no con vergüenza sino con ganas. El deseo de estar desnudo frente a esa mirada.

Así es como mejor se está: desnudo, expuesto, caliente. Ser objeto del deseo de otro cuerpo, de otra mente infernal. Sentir las sensaciones que despiertan en ti esos ojos, esa presencia, ese cuerpo divino. Un orgasmo que te arranca del suelo para llevarte al paraíso, el paraíso de los ángeles caídos.

Cuando aquellos ojos apuntaron  hacia los míos por vez primera sentí dolor, tal era su fuerza. Era incapaz de ver otra cosa. Me sentí girar, como cayendo por una larga espiral de hipnóticos colores al tiempo que una emoción feliz atenazaba mi pecho. Esos ojos tenían una mirada imposible… Y encendieron mi deseo. Deseé la cara que los contenía, el cuello que sostenía esa hermosa cabeza, el desfiladero entre sus senos. Y sus pechos también. Su cintura, sus caderas, sus piernas y el infierno que se abría entre ellas… La deseé completamente, con una capacidad desconocida en mí, mientras la observaba caminar trazando círculos en la esquina porque esos ojos, esos hipnóticos luceros, pertenecían a una diosa.

Llego tarde, quizás sea demasiado tarde. Otros ojos, otra mirada se posó en el cuerpo de la diosa, otro mortal condenado.

Yo también quiero ser un dios.
¿Queréis bailar conmigo la danza de los malditos, de los desesperados que no saben cómo saciar su sed en el infierno de las nuevas y desconcertantes sensaciones?

Quiero quedarme con ella, quiero sorber el jardín secreto que hay entre sus piernas. No quiero enamorarme, sólo estar dentro de su sublime alma, como un icono al que adorar. Pero no sé diferenciar qué mente follar para alcanzar la felicidad. ¿Se trata de mí, se trata de ti, se trata de él, se trata de ellas?

Sé que quiero probar el flujo de las diosas. Y hacerlo bajo la luz tenue de las estrellas, donde se advierte mejor el olor profano y sacro a la vez, sucio y etéreo que despierta en mí un instinto animal. Siento sed. Pero quiero beber sin sed.

Necesito que me desnudéis y sentir en mis adentros vuestra música divina y ritual. Música es lo que quiero y lo que necesito. Y vuestros besos. Y que no dejeis de darme la vuelta lentamente y me recorráis arriba y abajo sin descanso.

El cielo es una panacea, pues quiero morir de este placer que me lleva a tu piel, sin importarme sentir otras manos tras de mí mientras me pierdo entre tus pechos, de donde quiero beber el manjar permitido a pocos mortales. Deseando lo que antes siempre me estuvo vetado. Lo ilícito, lo burdo, lo sucio es ahora el placer que siento, abandonado al vicio, poseer dos cuerpos a la vez y sentirme derrotado, ese sabor de la derrota que es rendirme a vuestros pies para ser vuestro.

Exijo que poseas cada esquina de mi cuerpo. Es tuyo para follarme hasta quebrarme. Los polvos de las diosas son así, arañando con sus garras toda mi espalda, presintiendo en mis más oscuros presagios que estoy perdido, que esta noche será mi perdición. Pero quiero condenarme y conocer cada pliegue de vuestros cuerpos. Mientras lo humano se mezcla con lo divino, un mortal se convierte en un dios bajo la mirada de la diosa, la reina del paraíso de los ángeles caídos.

Esta noche que ahora vivimos, lejos de toda realidad y que queremos que dure eternamente. Pues los dioses son eternos, las diosas son eternas, el vicio nunca muere y el placer nunca se acaba a su lado. Si estalla el mundo, estalla dentro de nuestras manos, entre nuestros dedos, buscando el placer.

Pero sé que no fue un sueño porque estos siempre se hacen realidad antes del amanecer. Los sueños inconfesables, de los que no se atreven a cruzar la frontera de lo prohibido que se rompen desde los cristales de sus ventanas antes de tocar el suelo. Quizás esa danza sensual y macabra, se hacía sobre un suelo de cristal a punto de romperse.

No quiero salir de aquí, tú eres lo que siempre he estado buscando. El cielo es nuestro, se hizo para nosotros. Pero los mortales apenas tenemos oportunidades para estar así, en manos de diosas como esta que contemplé… Y que hizo conmigo lo que quiso, elevando a la categoría de dios a quien no debía, a quien no merecía tal galardón. En tu ausencia nada tiene sentido y mi rival no es rival. Cada roce, cada encuentro, expresión, mirada, beso, palabra, suspiro o jadeo, es una batalla a muerte con mi alma, con su recuerdo.

Y ahora solo me resta llorar.

Llorar por la música que sonaba una y otra vez, que sonaba sólo para mí. Escucho el sonido del silencio los momentos que ya no quiero mirar, ni hablar, pues cierro los ojos, y veo el hartazgo, se puede matar de placer y morir de deseo. Recuerdo su cuerpo pero olvidé su rostro, pero confió en que la encontraré de nuevo quizás en otro cuerpo, peleándo por el placer que sólo a mí me pertenece. Pues no somos uno, somos dos, somos tres y más si cabe. Somos el universo entero, cuerpos de dioses y diosas, que se poseen y son poseídos, haciendo el amor pero olvidando las más hermosas formas.

Sí, aquello existió, y lo sentí.

Y seguro que habrán más cuerpos excitantes, llenos de bellezas desconocidas de las que ni siquiera sé el nombre, esperando para llevarme de nuevo, algún día, al paraíso de los ángeles caídos.

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