![DIOSES ÚTILES (2016), DE JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO. NACIONES Y NACIONALISMOS. DIOSES ÚTILES (2016), DE JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO. NACIONES Y NACIONALISMOS.](http://m1.paperblog.com/i/377/3777075/dioses-utiles-2016-jose-alvarez-junco-nacione-L-a7oO97.jpeg)
El propio Álvarez Junco explica su posición ante un asunto que suscita tantas sensibilidades:
"Evitar la emoción es justamente lo que intento hacer aquí: racionalizar un problema que es presa habitual de la emocionalidad; someter los sentimientos a la razón, en lugar de, como tantas veces ocurre, poner la razón al servicio de los sentimientos. (...) Aunque sé bien que jamás se equivoca tanto el ser humano como cuando opina sobre sí mismo, tengo la firme creencia de no ser nacionalista (...) Mi única lealtad, cuando escribo, es hacia el conocimiento riguroso, y si la nación se opone a la ciencia, me alineo desde luego con la ciencia y no con la nación; es decir, que si una verdad histórica es antipatriótica, lo lamento, pero no lo oculto."
Como se demuestra en Dioses útiles, el surgimiento del nacionalismo ha seguido muy diferentes caminos en distintas partes del mundo. Lo que está claro es que el Estado-nación es una construcción del siglo XIX. En la Edad Media y Moderna, aunque ya existía en algunas partes la idea de Estado, en realidad era algo que usaban los señores que se iban haciendo más poderosos, hasta el punto de proclamarse reyes. La representación del sacrificio por un ideal que ofrece la patria, es un caldo de cultivo inigualable para consolidar el poder político.
No importa que la construcción nacional se base en gran medida en patrañas - en el País Vasco se empezó justificando la pureza de la raza porque su fundador fue uno de los nietos de Noé - y manipulaciones descaradas de la historia. Lo importante es el sentimiento, el amor a la patria sin más razones que el patriotismo mismo, y el rechazo del enemigo, ya sea éste interior o exterior. Además, es fácil crear, muchas veces de la nada, símbolos sagrados y aleccionar a la población a respetarlos a través de la idea de honor: la bandera, el escudo, la tumba del soldado desconocido... Elementos abstractos si se analizan fríamente, pero por los que el patriota debe estar dispuesto a matar y morir. Es preciso también tener en cuenta que no siempre los fenómenos nacionales siguen los mismos rumbos o tienen las mismas finalidades:
"(...) los nacionalismos son construcciones culturales, "comunidades imaginadas", que pueden servir para los objetivos políticos más diversos: la modernización y la economía y la sociedad o, por el contrario, el mantenimiento de tradiciones heredadas; la formación de espacios políticos más grandes o, al revés, la fragmentación de imperios multiétnicos en unidades más pequeñas y homogéneas; la ampliación territorial del Estado frente a sus vecinos o rivales o la expansión interna por la asunción de áreas o competencias que previamente le eran ajenas."
El caso español tiene particularidades muy interesantes, puesto que, a diferencia de Francia, la construcción identitaria nacional no parte de un hecho tan rupturista con el pasado como una Revolución. Si la bandera española es rechazada, o al menos le es indiferente, a buena parte de la sociedad es porque se identifica con un régimen dictatorial, que se apropió durante cuarenta años de los símbolos nacionales y los identificó con una determinada ideología, mientras que destruía otra manera de ser patriota, la visión republicana. Nuestra mitología incluye al Cid, a los Reyes Católicos, a Don Pelayo, a Santiago Matamoros e incluso a Viriato (la mayoría son personajes históricos, pero sus acciones se interpretan de manera interesada en la construcción nacional), pero en realidad el auténtico despertar nacional tuvo lugar durante la Guerra de la Independencia, concretamente con la redacción de la Constitución de Cádiz, en la que por primera vez se expresa la soberanía como algo que procede de la voluntad del pueblo, y no de la del rey o de Dios. Estas dos visiones de España se enfrentaron durante todo el siglo XIX, culminando en la Guerra Civil de 1936. Si bien la Constitución actual ha vuelto a otorgar la soberanía al pueblo, en nuestro país persisten algunos usos más propios del Antiguo Régimen, como los privilegios otorgados a la iglesia católica, la desigualdad en el reparto de la renta o la escasa cultura parlamentaria.
Por suerte la idea de la nación como un ente abstracto, eterno e inmutable a través de los siglos ha sido ya superada, sobre todo después de que, tras la Segunda Guerra Mundial, se comprobara lo que sucede si se lleva esa idea hasta las últimas consecuencias. A pesar de todo, los independentismos siguen nutriéndose de tergiversaciones de la historia y quejas por los agravios permanentes a los que un pueblo originariamente libre está sometido. Personalmente, siempre me hago la misma pregunta. ¿Un hipotético Estado catalán estaría dispuesto a respetar el derecho de autodeterminación dentro de su territorio, si por ejemplo los leridanos deciden que cuentan con una identidad propia y diferenciada del resto de Cataluña? ¿Hasta donde puede llegarse en la construcción de una nueva nación? Lo cierto es que en el mundo actual tiene mucho más sentido la unión económica y política, de manera cada vez más sólida, entre Estados, que la fragmentación de los mismos.
José Álvarez Junco ha escrito un ensayo muy lúcido y erudito, donde se demuestra con pruebas incontrovertibles que las naciones son entes imaginados, no construídos de forma natural, sino forjadas por el devenir de la historia y los hombres que la protagonizan. Como se ha demostrado a través de los siglos ninguna nación es eterna y la mayoría de las que existen hoy, en la forma cómo las conocemos, no tienen más que dos o tres siglos. Por eso es peligroso centrar el debate político en la consecución de derechos colectivos, tan pasionales como vacíos de contenido y centrar el mismo en los derechos individuales, mucho más prosaicos y útiles para el bienestar diario del ciudadano. Hubiera sido bueno que el autor de Mater dolorosa escribiera un último capítulo, a modo de epílogo, con un pequeño resumen interpretativo de las ideas expuestas, pero este pequeño defecto no desmerece ni un ápice la oportunidad de un libro tan necesario para nutrir un debate muy de actualidad.