Revista Cultura y Ocio

Dirección de escena: aproximación al texto

Por Fuensanta

Dirección de escena: aproximación al texto

Qué representar

En la decisión de qué llevar a escena el director tiene la máxima responsabilidad, sobre todo cuando se trata de un teatro de los llamados de comunidad, en los cuales se incluyen aquellos grupos no profesionales, teatro de asociaciones y comunidades cívicas y teatro académico en cualquiera de sus niveles. En el caso de teatros que dependen de la empresa privada el libreto puede venir impuesto por conveniencias económicas y entonces se habrá buscado el director más apropiado para la puesta en escena; en el caso de teatro protegido institucionalmente (teatros nacionales, regionales o municipales) el interés de la obra seleccionada se hará en función de premisas culturales y de supervivencia de la institución.

Vistas estas diferencias, vamos a partir de la idea de que el director puede seleccionar la obra o libreto que le servirá de punto de partida para su puesta en escena. En ese caso tendrá que leer cuidadosamente los libretos propuestos, sin interrupción y sin adelantar las posibilidades concretas de realización. Si la obra es original y contemporánea, tendrá que ponderar los defectos y cualidades del libreto que se le propone, valorando también sus cualidades y la adaptación a los recursos, tanto humanos como materiales, de los cuales dispone. Para ello, tendrá una actitud positiva y receptiva, no crítico en sentido negativo; antes tendrá que detenerse en las cualidades que en los defectos. No todas las obras pueden ser obras maestras, pero pueden ser susceptibles de una considerable mejora en el escenario si se entienden cuáles son sus puntos brillantes y el enfoque preciso que se le debe dar para destacarlos. Hay que buscar un término entre lo ideal y lo posible.

El director tendrá que buscar en el libreto:

  1. El significado fundamental.
  2. La intención del autor.
  3. Las líneas esenciales.

Para ello tiene que ser receptivo intelectual y emocionalmente; intelectualmente para valorar las ideas que se quieren transmitir y emocionalmente para ser capaz de sentir aquellos valores del texto que sean capaces de emocionar al público. Acertará siempre que permita que la obra le comunique ideas y le transmita sentimientos. Las razones finales de su decisión pueden ser muchas: economía de decorado y vestuarios, adecuación del elenco, argumento poderoso, etc., pero tiene que saber que las probabilidades de éxito serán mayores cuando la obra ofrezca varias de estas cualidades y no una sola.

Situar la obra

El director, antes que cualquier otro trabajo, tendrá que situar la obra que pretende poner en escena, atendiendo a su género, a su estilo y a su modo.

Género

Por el género, la obra puede ser tragedia, comedia o drama, si hablamos de grandes géneros teatrales.

El término tragedia denomina a un tipo de obras cuyo texto tiene una alta calidad literaria, en verso o en prosa poética, cuyos personajes son de carácter elevado; los sucesos son desastrosos y el final no suele ser bueno para el héroe o heroína, personajes que inspiran admiración porque encarnan una cualidad o valor y poseen una gran fuerza de ánimo o de sentimientos. Cercano a estos principios está el drama, aunque su definición provenga de la historia literaria más académica por no atenerse a los principios clásicos aristotélicos.

Por el contrario, el término comedia se aplica a obras con un propósito diferente; no sólo se trata de diversión, sino de un estilo literario en donde se pone en tela de juicio, no los comportamientos individuales y los modelos éticos, sino las conductas sociales, desde un punto de vista crítico, humorístico y hasta irónico.

Los géneros menores incluirían la farsa y el melodrama. En la farsa, hermana menor de la comedia, todo es exagerado y caricaturesco. En el melodrama se acentúan los aspectos sentimentales y se hace abuso del dramatismo de las situaciones, pues el protagonista ve en peligro su vida, no sus principios.

Estilo

Fundamentalmente podemos contemplar dos estilos diferentes: las obras que pretenden dar la ilusión de realidad y las que no lo pretenden. Cuando se representa la experiencia humana, cotidiana y común, en decorados realistas, y los personajes hablan un lenguaje corriente, ese estilo es el realista o naturalista. Si se trata de reflejar en abstracto la vida humana, de modo artificial, y no se atiende a la forma real de comportamiento, en tanto que los decorados y vestuarios sólo sugieren los lugares, la obra podría ser calificada de teatralista o irrealista.

Hay que hacer una primera distinción entre realismo y naturalismo. En el lenguaje teatral, realismo es un término preciso. Las obras realistas pretenden imitar la vida, aunque no sean propiamente la vida. El teatro es siempre arte y, por tanto, no real, artificioso. Mediante ese artificio, se pretende dar una idea de la realidad, de modo que todo cumpla la norma de responder a situaciones, personajes y lenguaje posibles en la realidad. Las obras de Henrik Ibsen son el paradigma de este estilo.

El naturalismo es el realismo llevado a su extremo. El propósito es crear la ilusión de que el espectador se asoma a un lugar real y contempla un momento de la vida tal como es. No suele haber un argumento principal ni un foco dramático central, así que no contiene personajes centrales en los que se concentre el interés todo el tiempo. En vez de un argumento bien trabado, hay varios argumentos, tantos como individuos. El efecto es narrativo, parecido al de una novela. Naturalmente, lo que se pretende es retratar un ambiente social determinado, como en la obra de Gorki “Los bajos fondos”, ejemplo clásico de naturalismo.

El impresionismo tiene como su mejor representante a Chejov. El método es el mismo que en el teatro naturalista, pero sus personajes, al contrario que en el naturalismo donde se retrata a las clases sociales más bajas, pertenecen a las clases medias y altas. Cada personaje parece envuelto en su propio drama, se vislumbra un poco cada vez, en fragmentos sueltos. El argumento no es intrigante ni crea más suspense que el psicológico. El conjunto se percibe al final, tomando la técnica de la pintura impresionista, donde el observador percibe el conjunto, no el detalle, para componer una visión total. Se evitan los convencionalismos y los clichés. Transmite una visión más profunda de la vida que el realismo convencional.

En el irrealismo o teatralismo se trata de representar la experiencia bajo una forma abstracta o imaginativa. Este estilo puede tener variantes: simbolismo, expresionismo, surrealismo y contructivismo, además de todas aquellas obras basadas en mundos fantásticos o irreales, como las que representan cuentos de hadas o personajes de la fantasía, valga como ejemplo “Peter Pan” de Barrie. En este estilo en general se producen imágenes en asociación simbólica. La teatralidad requiere estilos artificiosos con técnicas especiales de actuación, basadas en la exageración de las imágenes, tanto en movimientos, como en actitudes, diálogos, decorados, vestuario, etc.

Modos y escuelas teatrales

Otro modo de clasificar las obras dramáticas consiste en usar las preceptivas clásicas y su negación; así tenemos la escuela clásica, que sigue la tradición normativa griega, y la escuela romántica, línea inaugurada por Shakespeare y el teatro clásico español. En el clasicismo lo que se busca es la esencia y se limita la forma, desechando materiales accesorios; son obras de gran austeridad y concentración. Todo lo contrario que en la línea llamada romántica, donde no se producen restricciones formales ni temáticas, y cuyo objetivo es la creación de colorido, atmósfera, fuertes contrastes y retrato de lo particular y pintoresco. El número de personajes es amplio y abundan las intrigas secundarias.

Otras muchas clasificaciones serían posibles, sobre todo en la línea del teatro experimental y de representaciones vanguardistas, como la técnica del happening, la performance (a medio camino entre lo escénico y lo plástico), el agitprop, etc. Un buen director nunca despreciará recursos y técnicas de diferentes procedencias, conociéndolas a fondo, y valorando lo que las obras dramáticas que le sean propuestas o considere como dignas de ser llevadas a escena puedan ofrecerle al público, que al fin y al cabo es el destinatario de todo trabajo escénico.


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