Revista Diario
Estamos inmersos en una locura y esta consiste en ir y venir de Yanguas constantemente para atender el albergue que gestionamos en esta preciosa población soriana. Y la consiguiente alteración de rutina que a veces tanto me afecta.
Hemos tenido alojados un grupo de chavales de 9 a 12 años. En el caótico momento de su entrada en las instalaciones me pareció ver una niña con síndrome de down.
Me encuentro separando las sabanas de las fundas de almohada para repartirlas entre los pequeños, cuando me pregunta una voz gutural:
-- Si quieres, puedo ayudarte, soy Sandra y ya he colocado mi maleta. Es la jovencita con un cromosoma de mas que me parecido distinguir entre el montón de cabecitas hace ya unos minutos.
-- Dios mio, ¿que si puedes ayudarme? me preguntas, pienso en mi interior.
Va acompañada de Laura, que según cuenta Sandra es su mejor amiga. Tienen 11 años.
--Me encantara que me echeis una mano, porque sois muchos y asi iremos mas rápidos.
Mira a esta preciosa criatura y me emociona el hacerlo porque en ella veo reflejada a mi Teresa y me gusta lo que tengo enfrente.
Después de unos días de diversión y actividades se han marchado a casa felices y contentos. Pregunto a mi nueva amiga al despedirme que tal se lo ha pasado, explicándome que genial porque ha dormido en la litera de arriba con sus amigas, han bailado y lo que mas la gusto es El Barranco Perdido de Enciso (La Rioja).
A mi me ha sorprendido lo independiente que se maneja y lo fácil que ha sido la convivencia de ella con el resto de los compañeros, que por cierto la trataban con absoluta naturalidad. Los únicos momentos que se la veía algo incomoda o retraída es cuando existía mucho barullo a su alrededor.
A nuestra preciosa huésped la pasa como a mi, no nos gusta en exceso el caos ni que nos alteren la rutina.