Revista Maternidad

Dirty Sexy Money

Por Lamadretigre

Dirty Sexy MoneySomos unos manirrotos. Así, a bocajarro. Las cosas claras y el chocolate espeso. El chocolate no es lo único que nos gusta sabrosón. A nosotros lo bueno nos pirria. En cualquiera de sus variantes. Vaya descubrimiento, pensarán ustedes, a todos nos gusta lo bueno. Eso es una de las mayores falacias que corren por ahí. Hay mucha, muchísmima, gente a la que el subidón de adrenalina de un buen deal le proporciona mucho más placer que la calidad del objeto adquirido en cuestión. Y luego estará el común de los mortales con dos dedos de frente que se quedará a medio camino entre lo uno y lo otro. Como debe ser.

A nosotros nos gusta gastar. Mejor dicho, nos gusta consumir. Pero más en calidad que en cantidad. Somos de los que para fin de año preferimos la minúscula lata de caviar al kilo y medio de langostinos congelados. De los que en rebajas no se dejan ver por las tiendas ni muertos. De los que nunca se arrepienten de haberse dejado una fortuna en el paladar. Pensarán ustedes que somos unos snobs y a lo mejor tienen razón. O no. Ya les conté en su día que una no sólo ha vivido del CAC 40 sino también de los yogures británicos. Hasta de los caducados. Y tan feliz fui haciendo lo uno como lo otro. La de risas que puede una echarse al amor de los fluorescentes no son moco de pavo.

En nosotros se junta además otra condición que eleva nuestro gusto por lo bueno a tragedia griega –ahora más que nunca- no sabemos decir que no. Es poner los pies en una tienda y saber a ciencia cierta que saldremos con una bolsa. Llena. No somos nadie en manos de un buen vendedor. Esto quedó bien clarito en el bautizo de La Tercera. Sin comerlo ni beberlo se coló una baptismplanner en nuestra vida que transformó lo que debía haber sido una ceremonia íntima en las bodas de caná con pre-cena, comida, merienda, buffet de re-cena y brunch de despedida. A última hora conseguimos zafarnos del cocktail en barco por el lago. Por los pelos.

Imagínense ustedes el vahído que nos dio cuando, al mes de habernos pulido el presupuesto de las bodas y estudios universitarios de nuestras por entonces tres hijas en un bautizo, se hizo evidente que había otra en camino. El acabose. Visto lo visto decidimos celebrar el bautizo de La Cuarta discretamente en el jardín. Craso error. Al primer catering tuvimos que darle boleto cuando, oliéndose el percal, nos intentaron colar no solo un chef  y un sou-chef sino también un pastelero a tiempo completo. Se ve que los petit fours si no están hechos en el momento no molan. Por supuesto el montaje incluía dos carpas una de las cuales albergaría una cocina industrial donde el pastelero podría montar nata a sus anchas durante las doce horas presupuestadas.

Me gustaría decirles que tras el expediente pastelero se impuso la cordura y la medianoche de fuagrás. Pero no fue así. Lo que nos ahorramos en pastelero nos lo gastamos en un champán francés que estaba tan rico que salimos a más de botella por cabeza. Incluyendo a los niños. No les digo más. Se pueden imaginar ustedes que lo de El Quinto es ya una cuestión de política monetaria. No podemos permitirnos otro bautizo sin que suba la inflación.

Hoy hemos firmado otro episodio glorioso de nuestro despilfarro. Esta mañana nos han traído nuestra flamante secadora nueva. Al probarla hemos caído en la cuenta de que lo que no funcionaba no era la secadora antigua sino el enchufe. Ganas me han dado de quemar el título de Ingeniero Industrial que guardo bajo la cama. Con lo baratito que nos hubiera salido un ladrón del todo a cien. Pero oigan, no saben lo re-bonita que es mi secadora nueva de última generación. Hasta encaje de bolillos hace. Palabrita.


Archivado en: Economía doméstica y otros agujeros negros Tagged: Ahorros, Alemania, Bautizos, Bodas y festejos, Economía doméstica, El Marido, Hijos, La Cuarta, La Tercera, Matrimonio, Padres
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