La crisis que nos atenaza no es sólo económica, es también social y política. La moral o la ética, en griego, es una disciplina eminentemente social y política, dice Aristóteles. Esta sociedad está moralmente enferma; ha perdido sus valores esenciales y sus convicciones tradicionales y se ha dejado caer en el hedonismo y en el relativismo. Ha renunciado a la cultura del sacrificio, del esfuerzo, de la lucha por una idea, por el trabajo feliz de cada día basado en la bondad y la honradez, a fin de prosperar. Veamos dos principales regiones españolas.
Cataluña hoy no es la que fue, aquella región que sabía del esfuerzo, tesón, sacrificio como medio para alcanzar el propósito propuesto. “El elegido –dice S. Sostres- luchaba con ahínco para llegar a donde se proponía; la grandeza se consigue con generosidad; un hijo amoroso con sus padres es metáfora de la solución universal y la ingratitud es un cáncer. Cataluña supone la capacidad de sacrificio; creció y ganó con ese bagaje, fue imbatible con ese espíritu, con esa fuerza, con la dureza del trabajo. Sin embargo, ahora, ya hace tiempo que parece haberlo olvidado y hoy aquí se grita más que se trabaja, se oyen más quejas que proyectos, más manifestaciones que dedicación a perseguir los sueños, la sociedad se ha reblandecido, debilitado, se debate fatigada en la autoindulgencia y en el conformismo, se buscan culpables y explicaciones fuera de sí mismo. La plenitud no está en hablar ni en protestar, ni en quejarse de las injusticias con las que se convive; sólo con el duro trabajo y en el sacrificio se halla la excelencia”. El triunfo se consigue con el empeño; se tiene que perseguir y concentrarse en sobresalir, en ser el mejor en lo que se hace, en ser apasionadamente excelente, generosamente entregado, orgullosamente el más profesional.
Andalucía, por su parte, ha trabajado esforzadamente, ha reído y llorado, cantado y rezado, sufrido y soportado. El reparto social siempre ha respondido a la dualidad: por un lado los obreros y las clases medias y, por otro, los ricos, los poderosos; pero siempre con una gente sometida al cacique del terruño; ello ha sido su pasado y sigue siendo su presente. Así, a ese tenor, desde que se instaló la autonomía, el socialismo ha copado la región como su propio “cortijo” y ha asentado su tesis del miedo a la derecha, mediante el hábil manejo de los medios de comunicación en su poder e inculcado que sólo votando socialismo se tendría democracia, prestaciones sociales y el estado de bienestar; todo lo demás sería franquismo, tiranía, sometimiento y malestar. Véase cómo, en las últimas elecciones andaluzas, ganó Arenas, pero inmediatamente, al amparo de una Ley Electoral defectuosa y falta necesariamente de su reforma, hicieron su componenda y ahí está gobernando otra vez, el PSOE e increíblemente con IU, que de otra forma jamás hubiera llegado a detentar el poder. Los socialistas han hecho de Andalucía su sayo a medida; ahí están los ERES y todo lo publicado sobre irregularidades, a lo que replican que ellos “no sabían nada, que se enteraron por la prensa”; entonces, ¿qué hacían, quien gobernaba? La educación la tienen por los suelos, los alumnos andaluces son los peor preparados de España y Europa por su ignorancia y fracaso escolar a causa de la malsana LOGSE; el paro supera la media nacional, así como las familias que están en la pobreza, lo que la propia JUNTA ha reconocido: “Es inasumible”. Los jóvenes menores de 24 años en paro alcanzan el 52,3%. La OIT denuncia que la crisis y el paro se ceban en el campo y en el Sur de España; encontrar trabajo con más de 45 años es misión imposible.
En fin, que las autonomías no han sido la solución, sino más bien un perjuicio y el saqueo de las arcas. La existencia del Gobierno de la JUNTA no ha reportado mayor beneficio al interés general y al bien común; esta y todas suponen un gasto enorme y un despilfarro que supera las posibilidades de la Nación.
C. Mudarra