Hay recopilaciones que tienen su personalidad y valor propios. “Relics”, editada por Pink Floyd en 1971 es una de ellas.
Durante muchos años, el atractivo de “Relics” recayó en el hecho de que contenía los singles más importantes de la era Barrett (“Arnold layne”, “See Emily play”). Años después, esos singles reaparecieron- junto con otras grabaciones tempranas- en “The early singles”, dentro del box set “Shine on” (1992).
Pero otro incidente le agregó valor “mítico” a este álbum. A raíz de una batalla legal con EMI Australia (que editó el disco en aquel país sin consentimiento de la banda) “Relics”permaneció largo tiempo fuera de circulación, hasta que en 1996 fue reeditado en cd. Otro de los detalles curiosos corresponde a las distintas portadas con las que el disco fue presentado en distintos países y épocas.
Datos aparte, el recorrido que propone el álbum es realmente atractivo, y pinta un buen cuadro del Pink Floyd temprano y menos conocido. Más allá de esas dos gemas de pop psicodélico que ya mencionamos, hay otros momentos notables (el disco fue editado aprovechando el buen posicionamiento de “Atom heart mother” en los ránkings británicos).
"Remember a day” (incluida en “A saucerful of secrets”) y “Paintbox” (B-side de “Apples and oranges”) son dos perlitas de Rick Wright, el George Harrison -callado y sensible- de los Floyd. Ya hemos hablado largo y tendido de esa maravilla que es “Paintbox”, pero las palabras no alcanzan para atrapar toda su belleza psicodélica de carrousel.
La segunda cara del vinilo original comenzaba con “Julia dream”, una melancólica balada de Roger Waters que funcionó como lado B del single “It would be so nice”, un tema de 1968. Por entonces el grupo ya comenzaba a volar en otras dimensiones: “Careful with that axe, Eugene” es una pieza larga, lánguida y sostenida que nos remite directamente al paisaje solar y alucinado de “Live at Pompei”.
Del subvaluado soundtrack de la película “More” aquí aparecen “Cirrus minor” (con su clima pastoral y su órgano de iglesia) y “The nile song”. “Biding my time”, por su parte, es un blues de Roger Waters con algo de satírico, que la banda grabó en 1969 pero que hasta allí había permanecido inédito.
“Relics” terminaba yendo nuevamente hacia atrás con “Bike”: una de esas cancioncillas de gnomos pasados por LSD típicas del Syd Barrett de “The piper at the gates of dawn”. Entre tanta solemnidad pinkfloydeana, el tema se despide con ruiditos de campaniles, cuerdas y hasta un coro de gansos alucinados (las risas de los Floyd grabadas al doble de velocidad).
El último guiño de humor de Syd, que le escribió esta canción a su novia de entonces, Jenny Spires.