No está mal el reclamo, aunque no entiendo muy bien la idea de bailar y la publicidad de dos estupendos caballeros tan ligeros de ropa como las numerosas chicas que muestran debajo sus encantos, aunque con más que las posibles clientas, a quienes se invita a acudir desprovistas de ropa interior. Prescindir de las bragas vale una copa, entrada gratis y la nada desdeñable cifra de cien euros; no es un mal paso para pedir algo más de dinero por otro tipo de comportamiento o de servicio, y ya estamos ante el oficio más viejo del mundo, ese que tan denodadamente persigue Carmena, describiendo féminas sometidas a los más bajos deseos carnales de depravados varones. En fin, entre los comentarios suscitados por esta iniciativa, encontré uno que insinuaba una posible relación de esta actitud con la violencia de género; debo diferir de esa opinión. Podríamos opinar lo mismo de los escotes marcados, los leggins o el wonder-bra. Es más práctica esta medida, la ausencia de ropa interior, además de insinuante -es evidente que no se averigua a simple vista- facilita mucho la labor del aquí te cojo, aquí te mato; otro eslabón más en la cadena del edredoning, tronismo y viceversa. así nos va.