Un responsable de la cadena de los lujosos supermercados “Sánchez Romero”, instalados en los barrios más ricos de Madrid, anotaba comentarios racistas sobre quienes solicitaban empleo; luego, abandonó las notas en unas bolsas de basura y allí las encontró una periodista.
“Extranjero, gordo, morenete, parece Pancho Villa, pero hambriento”. “Extranjero: da miedo, parece un indio”. “Gitana y fea”. “Gordita, con granos, tiene barbita en bigote, perilla y mentón”. “No, por mayor”. “Macarra: chupa de cuero”.
Visiones fugaces, segregacionistas y displicentes que no analizaban la valía de la persona para el trabajo, su honradez o creatividad: quizás la gordita con barbita, o la gitana fea habrían sido excelente trabajadoras, pero no tuvieron oportunidad de demostrarlo, aunque seguramente también serían rechazadas por la rica clientela de esos establecimientos.
Algunos medios de comunicación le exigieron a sus propietarios, buenos proveedores de publicidad, que despidieran al autor de los comentarios; más que por sus notas, por la torpeza de no haberlas destruido.
Está comprobado que la mayoría de las empresas no seleccionan personal con técnicas científicas o profesionales, sino con prejuicios sociales clasistas en la que vivimos, y que discrimina siguiendo viejas consejas usadas ya en la América colonial, como “el mejor trabajito, al blanquito” y “al oscuro, más duro”.
Deberíamos plantarnos y luchar contra esas obsesiones discriminatorias con las que, aplicadas frente al espejo, no nos daríamos trabajo ni a nosotros mismos.
Claro que quizás no entraría un cliente allá donde estemos, que es lo que debió pensar el responsable de los supermercados.