Revista Cultura y Ocio

Diseccionando Pyongyang

Por El Patíbulo

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Publicado el 21 mayo, 2013 | por Antonio Cruz

No, aunque lo parezca, Pyongyang no es sólo la capital de ese hermético país oficialmente llamado República Popular Democrática de Corea y conocido por los occidentales simplemente como Corea del Norte; se puede llegar a la errónea conclusión de pensar que hace referencia exclusiva a esa “tierra plana” que es literalmente lo que significa su capital, gobernada por el enigmático e imberbe Kim Jong-un del que nada se conoce y todo se desconoce; pero es que ni siquiera es simplemente la ciudad de esa zona caliente de la que últimamente tanto se habla y que parece ser la onomatopeya de un intercambio de bombas en una novela gráfica; Pyongyang es además de todo lo anterior, el título de un cómic que en estos días adquiere mayor magnitud y relevancia debido –eso sí– a la tensa situación que se vive en el Paralelo 38, la línea imaginaria que divide a las dos Coreas en dos países antagónicos en lo político, social y económico, algo que se escenifica en una separación física de doscientos cincuenta kilómetros de largo y cuatro de ancho cuyos protagonistas son millones de soldados, alambradas y minas.

Cuando en 2003 se publicó Pyongyang, el actual gobernante de Corea del Norte contaba con apenas veinte años, siendo su padre Kim Jong-il (1942-2011) y conocido con el humilde sobrenombre de Querido Líder, el encargado de mover los hilos de los habitantes-marionetas de su estado, el Reino Ermitaño. Es en esa época en la que el canadiense francófono Guy Delisle (Quebec, 1966) –y autor de títulos tan brillantes como Crónicas birmanas, Shenzhen o Crónicas de Jerusalénsitúa la trama de Pyongyang, que a pesar de estar aderezada con grandes dosis de humor refleja a la perfección toda la crudeza de la vida cotidiana en el país asiático, constituyendo uno de los escasos documentos sobre el régimen norcoreano que forma parte del denominado “eje del mal” (junto con Irak, Irán y algunos más como Siria o Libia), término acuñado por esa eminencia intelectual de cuyo nombre sí quiero acordarme, George W. Bush –que entre otras brillantes ideas propuso talar árboles para evitar incendios.

Según advertencias –que no llegan a ser inquisidoras– de la RAE, su grafía en español debe ser Pionyang, aunque sinceramente me agrada más la original (como prefiero Amsterdam a Ámsterdam, Frankfurt a Fráncfort, o Rotterdam que Róterdam) y ahí, en Pyongyang es donde da comienzo la historia del cómic, en el preciso instante en el que Delisle llega a su aeropuerto para trabajar en una serie de animación francesa en donde paradójicamente le permiten pasar la mítica novela 1984 (Nineteen Eighty-Four, 1949), de George Orwell, y afirmo que paradójico porque el régimen norcoreano –y según los pocos afortunados que han podido entrar y volver a salir para contarlo– rezuma por cada uno de sus poros toda la esencia del concepto orwelliano del “Gran Hermano” (mancillado por ese horrendo programa, para más inri de título homónimo, que no sólo se sigue emitiendo en televisión impunemente, sino que sorprendentemente aún existe gente que lo continúa viendo), concepto este que se hace carne en los regímenes totalitarios, en especial en los estalinistas como el de Corea del Norte; simple y llanamente un estado policial y represor. Delisle se pasea empequeñecido por los megalíticos monumentos de la ciudad usados a modo de arma propagandística, sorprendido por hacerlo por unas avenidas tan pulcras como casi vacías de gente y vehículos, o por la inexistencia de luz artificial en la noche.

El régimen de Pyongyang que tiene al mundo en vilo, con Kim Jong-un al frente, ese líder enamorado del estilo Disney, obsesionado con el número 9 y con un hermano que no pudo gobernar por ser “demasiado afeminado” (sic), es uno de los países más inaccesibles y desconocidos del planeta, por lo que Pyongyang (cómic) se nos presenta como el testimonio único que narra las vicisitudes de una sociedad en la que el trabajo voluntario es una forma de educar a los díscolos y signo de elevado patriotismo, introduciéndonos de manera magistral en las entrañas de un estado totalitario como ya han hecho otros artistas gráficos: Maus. Relato de un superviviente (Art Spiegelman, 1991), Persépolis (Marjane Satrapi, 2000-2003) o Tintín en el país de los soviets (Hergé, 1929-1930).

La Unión Soviética de Stalin fue el modelo de estado para Kim Jong-il y su padre Kim Il-sung (1912-1994 y abuelo del actual), pero la constante histórica y la deriva del país se ha basado en aspectos tan estremecedores como su enfermiza obsesión por los misiles (trauma que acarrean desde los bombardeos norteamericanos en defensa de sus ya por entonces aliados meridionales en la guerra civil de las dos Coreas, 1950-1953), su impresionante ejército (el cuarto del mundo y al que destina el 25% de su PIB cuando en un país normal no alcanza el 5%), la idolatría al líder (una foto enmarcada de éste debe estar expuesta en cada casa, limpiándose con frecuencia para cuando aparezca la inspección mensual), las megalíticas construcciones urbanas (poseen hasta una réplica del Arco del Triunfo de París tres metros más grande que el original), su tremendo aparato propagandístico (terroríficamente omnipresente y en el que se ensalza por encima de todo al sector castrense, que tiene prioridad sobre el civil) o el hambre que se ceba con 16 de los 24 millones que pueblan el país, elementos todos ellos reflejados al detalle en el exquisito cómic de Delisle, que aunque repito da la sensación de estar suavizado por un agradable toque de humor y sencillez, no esconde la cruda realidad. 

El hambre en Corea del Norte merece un capítulo aparte. Tal y como narra la periodista Barbara Demick en  la impresionante obra sobre la que haré referencia a continuación, que a mi entender es la mejor de todas cuantas he leído sobre el país, la hambruna que asoló –y aún asola– al país a mediados de los noventa dio lugar a episodios de una crudeza sin parangón: molían la corteza interna de los pinos para transformarla en un finísimo polvo que sustituyese a la harina; en los astilleros, los trabajadores raspaban el fondo de los barcos de carga en busca de cualquier alimento que fuese medianamente comestible y por muy insignificante que fuese; recogían algas para comerlas y condimentar el agua y así convertirla en sopa, hasta que las autoridades cerraron las playas para que la gente no pudiese hallar marisco, monopolizado por el gobierno; desesperados buscaban en los excrementos de los animales cualquier grano que éstos no hubiesen digerido por completo; las ranas, que no era un ingrediente propio de la cocina norcoreana terminaron por extinguirse de forma rápida, tal y como ocurrió con los perros, que en este caso sí formaban parte de ésta; por otro lado los niños, famélicos y debilitados, se comían las tripas podridas del pescado hasta que morían.

Mientras tanto, el difunto Kim Jong-il recibía ingentes cantidades de coñac, vino y queso francés, langosta viva y caviar, o exigía que los granos de arroz fuesen uniformes en cuanto a tamaño y color. En muchos lugares del país la hambruna le costó la vida a un 20% de la población, pero en los hospitales norcoreanos quedaba prohibido declarar la inanición como causa de muerte. Otro detalle a tener en cuenta en el exquisito paladar de Kim Jong-il es que no le agradaba la comida excesivamente salada ni las anchoas sobre las pizzas, en lo que parece ser un chiste de mal gusto. La expresión de una médico al lograr huir por la frontera china y ver la la comida de un animal lo resume todo: “Los perros en China comen mejor que los médicos en Corea del Norte”.

El que desee conocer más en profundidad el estilo de vida del país le recomiendo que lea el impactante y magistral Querido Líder. Vivir en Corea del Norte, de Barbara Demick (antigua corresponsal de Los Angeles Times en Seúl, es actualmente la máxima responsable en Pekín de la delegación del mismo diario), North of the DMZ: Essays on Daily Life in North Korea de Andrei Lankov (especialista en las dos Coreas), el espeluznante testimonio de Los acuarios de Pyongyang de Chol-Hwan (encarcelado durante diez años en un gulag norcoreano) o cómo la arquitectura se pone al servicio de la propaganda en Corea del Norte. Utopía de hormigón, de Jelena Prokoplvecic (arquitecto) y Roger Mateos (periodista), documentos que nos acercan a un lugar tan terrible como atractivo, en el que probablemente la fascinación (al menos en mi caso) tenga su origen en la influencia que nos ejerce la estremecedora forma de vida del 1984 de Orwell o la película Metrópolis (1927) de Fritz Lang, sociedades tan distópicas y apocalípticas como la de Pyongyang.

Precisamente el difunto padre del actual gobernante fue un gran aficionado al séptimo arte, un estudioso y especialista en la materia que llegó a disponer de una colección de más de 20.000 películas. Pero el delirio de Kim Jong-il por el cine no terminó ahí, y en 1978 mandó secuestrar al conocido director surcoreano Shin Sang-ok y a su esposa, la actriz Choi Eun-hee, hasta que en 1986 lograron escapar de las garras del régimen de Pyongyang durante la celebración de un festival de cine que tenía lugar en Viena. El gusto cinéfilo es extensible al resto de norcoreanos, acudiendo al cine una media de 21 veces al año (en un país enormemente aburrido), eso sí, todo producto nacional o a lo sumo procedente de la extinta URSS; por contra, sus vecinos del sur lo hacen una media por persona de 2,3 veces al año. Precisamente los trabajadores de Metrópolis, con esos movimientos mecanizados, robotizados, avanzando marcialmente e inexpresivos, sean la reproducción más fidedigna de los norcoreanos.

A partir de ahora, cada vez que el calendario arroje cualquier cálculo cuyo producto pueda dar como resultado el 9, sepan que en el lejano país asiático se puede estar maquinando el lanzamiento de un misil como un niño lo haría al explotar un petardo el día de su cumpleaños, aunque la actitud tenga mucho de farol y el envite no llegue a más, pero mientras tanto, disfruten de la lectura de Pyongyang, paseando virtualmente por las calles de una ciudad prohibida e impenetrable pero a su vez peligrosamente atractiva y fascinante, si bien es preferible hacerlo por las de Delisle que por las de la dinastía Kim; son exactamente iguales, pero resulta menos peligroso; lo que detalla Demick es simplemente nauseabundo. Y de paso, relean 1984 de Orwell, escrito casualmente el año en el que se fundó la República Popular Democrática de Corea: así es como se vive con los entrañables Kim. Profético Orwell.

Para saber más:

BEHNKE, Alison. Kim Jong Il’s North Korea. Lerner Publishing Group, Minneapolis, 2009.

BREEN, Michael. Kim Jong-Il: North Korea’s Dear Leader. John Wiley Sons Inc, Singapore, 2012 (edición actualizada).

CHOL-HWAN, Kang y RIGOULOT, Pierre. Los acuarios de Pyongyang. Recuerdos del infierno norcoreano. Amaranto Ediciones, Madrid, 2005.

DEMICK, Barbara. Querido Líder. Vivir en Corea del Norte. Turner Noema, Madrid, 2011.

DELISLE, Guy. Pyongyang. Astiberri Ediciones, Bilbao, 2005.

LANG, Fritz (director). Metrópolis. (restaurada en 2010 por la Friedrich Wilhelm Murnau Stiftung)

LANKOV, Andrei. North of the DMZ: Essays on Daily Life in North Korea. McFarland Publishing, Jefferson, 2007.

MATEOS, Roger y PROKOPLJEVIC, Jelena. Corea del Norte. Utopía de hormigón. Arquitectura y urbanismo al servicio de una ideología. Muñoz Moya Editores Extremeños, Brenes, 2012.

MEUSER, Philipp (Ed.). Architectural and Cultural Guide Pyongyang. DOM Publishers, Berlín, 2012.

ORWELL, George. 1984. Ediciones Destino, Madrid, 1952. (Primera edición española).

http://www.nkarchitecture.com/

http://nothingtoenvy.com/


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