Disfruta del viaje
15 septiembre 2013 por elenanodelcuento
Considero los refranes un pozo de sabiduría popular. Voy a poner en entredicho, sin embargo, el conocido “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”. Incluso retaré al “más vale tarde que nunca” al proponer: puede valer tarde, puede valer nunca.
Postergar no está de moda. No paramos de ver y compartir mensajes al estilo carpe diem: vive el presente, ¿qué esperas para emprender?, el resto de tu vida comienza hoy… Diferir, aplazar, no está bien visto. Pero es un buen ejercicio cuestionar las tendencias y relativizar las ideas. Es cierto que hay que hacer lo posible por cumplir los objetivos que uno se proponga y enfrentar las actividades o decisiones que nos exijan un esfuerzo, pero “ya” no tiene por qué ser siempre la mejor respuesta a “¿cuándo?”. Saber elegir el momento más adecuado es una muestra de inteligencia emocional. Procrastinar -cómo me gusta esa palabra-, por mala prensa que tenga, también tiene sus ventajas.
Un profesor de la universidad de Carnagie Mellon, en Pensilvania, planteó una curiosa pregunta a sus alumnos de Psicología Social: imagina que tu personaje preferido te da un beso apasionado, ¿cuánto estarías dispuesto a pagar y en qué momento preferirías recibirlo?; y les dio a elegir entre las siguientes opciones: en las próximas tres horas, en un día, en tres días, en un año y en diez años. ¿Qué responderías tú? Los estudiantes estuvieron dispuestos a pagar una suma mayor si el beso se producía al tercer día. ¿Por qué? Muy sencillo: porque era el tiempo suficiente para que no resultara eterna la espera, cambiar de opinión o desmotivarse, pero brindaba un margen suficiente para disfrutar del acontecimiento antes de que ocurriera.
Seguro que no te sorprende leer también que los resultados de las encuestas reflejan que preferimos los viernes a los domingos. Se debe a que el viernes nos permite anticiparnos a algo que consideramos agradable, el fin de semana, mientras que la anticipación del domingo se refiere a una semana de trabajo. Conclusión: nuestro cerebro disfruta de lo positivo por adelantado. Ya se lo decía el zorro a El Principito: “Hubiera sido mejor que vinieras a la misma hora. Si vinieses, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres yo empezaría a ser dichoso”.
En lo que se refiere en general a la felicidad es más importante el camino que el destino, aunque nos empeñemos en creerla en determinadas metas. “Seré feliz el día que termine la carrera”, “… cuando me toque la lotería”, “…si formo una familia”, “…cuando consiga empleo”… Está comprobado que poco tiempo después de que acontezcan estos eventos uno vuelve a su nivel habitual de satisfacción, que depende mucho más de nuestra personalidad y actitud que de nuestras circunstancias.
Así pues, si nuestra mente es feliz anticipando, alimentémosla con planes, viajes, proyectos empresariales, fiestas, reencuentros… todo tipo de ilusiones. Y si finalmente no se cumplen nuestras expectativas (ya sabemos que la vida muchas veces se mofa de nuestra planificación), tampoco hemos de frustrarnos porque un objetivo al menos sí se habrá cumplido: el de habernos deleitado con los detalles y gozado de los sueños, el de haber disfrutado del camino.