Revista Educación

Disfunción visual transitoria

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Disfunción visual transitoria

A riesgo de arrepentirme, voy a contar esto lo más rápido que pueda, sin renunciar al melodrama necesario. (¡En neto!, me dice siempre una gran amiga a la que le desespera el más ínfimo rodeo. Pero paso de su consejo, yo voy con mi drama).

Imaginen volar a Tenerife de vuelta de Madrid, avión petado hasta las trancas, casi había que pedirle permiso al de al lado para respirar. Me quedan casi tres horas hasta mi casa, cansada, con ganas de lanzarme directa a la cama. Voy en la fila 13 (creí que las habían eliminado de los aviones), flanqueada por dos señores con pinta de dormirse desde el minuto uno. Una amiga también va en mi vuelo pero al final del avión; a los pocos minutos de acomodarse me envía un whatsapp para decirme que a su lado está el único asiento libre de todo el avión, así que apenas despega me levanto y me voy a su lado. Mientras, mi maleta sigue en el compartimento próximo a mi antigua fila.

Ya aterrizadas en Los Rodeos, cuando por fin la cola de pasajeros avanza, me dirijo a mi asiento anterior a buscar mi maleta. ¡No está! ¡Se la llevaron! La que queda es el mismo modelo, pero la mía es azul, esta es más bien verdosa. ¡Joder! Menudo daltónico el que se confundió.

Bajo apesadumbrada, esperando que en el trayecto hasta la salida el pasajero despistado (siempre pensé que sería un hombre) se diera cuenta de su error y volviera sobre sus pasos. Pensé entonces que podía ser un hombre de negocios, con prisa, que ni miró si su equipaje era realmente el suyo. Pero no, nadie se dio la vuelta a devolver mi maleta.

Ya en la terminal me dirijo al personal de la compañía aérea, le cuento mi película, dejo mis datos y me voy a casa con la rabia habitual de estos casos. Cerca de las diez de la noche llamo a la oficina y me dicen que no, que nadie ha llamado ni ha devuelto mi maleta. "Llame mañana, señora, seguro que con la luz del día se habrá dado cuenta y sabremos algo", me aconsejan.

Pero no, la mañana llegó, volví a llamar, y nada. Ni rastro de mi maleta azul. Tampoco me dejaron tocar la verde que se quedó en el compartimento. "Si no es suya déjela ahí", me espetó la azafata la noche anterior.

"¿Y qué solución me dan?", le pregunté a la trabajadora de la compañía que tan amable me atendió al teléfono por la mañana. "Pues solo se me ocurre pedir permiso a la Guardia Civil para abrir esta maleta que está aquí (la verde, aclaro) y ver si en su interior hay algún documento que nos conduzca a su dueño", apunta. "La llamo con lo que sea", añade.

Dos horas después suena la deseada llamada. "Señora, pues no había ningún documento, es una maleta de chica, tiene una serie de objetos personales, ropa, una plancha de pelo, un gorro de lana rojo...". Vaya, esa chica tiene los mismos gustos que yo. "También lleva un neceser blanco, una bolsita con pendientes y un collar con piezas de barro...". "Pero perdone", le digo, "qué casualidad, porque yo llevaba lo mismo en la mía; ¿es una maleta verdosa esa, verdad?", le pregunto con cierto mosqueo. "Bueno, en realidad yo la veo azul, con una franjita de un tono más claro (hoy ya sé que se llama azul klein)". Dios, no me lo puedo creer, ¿será la mía?

Tres horas más tarde confirmo que sí, que es mi maleta, que la daltónica fui yo, con la vergüenza que acarrea reconocer tremendo despiste. Solo se me ocurre pensar en una disfunción visual transitoria (no sé si eso existe). Hay que descartar otras patologías antes de ir al neurólogo, digo yo.

*Señores que fabrican aviones, dos puntos, rogaría usaran una iluminación acorde con el color de las maletas. Gracias

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