Un legado emocional que nos dejó la evolución es el temor. Temor que nos mueve a huir del peligro, a proteger a nuestra familia y a nosotros mismos. Ese miedo surge y sus reacciones se disparan de manera automática porque están grabadas en nuestro sistema nervioso. Es maravilloso si entendemos que durante un período largo de la prehistoria humana fue decisivo para nuestra supervivencia, marcaba la diferencia entre vivir o morir, pero lo más interesante es que la repetición de estas reacciones al miedo intervenían en la tarea evolutiva con el fin de crear una descendencia que tenga incorporado estas predisposiciones: miedo; huir o luchar para sobrevivir. Las emociones fueron una especie de guía divina en ese proceso, pero la civilización avanzó tanto y tan rápido que no dio lugar a que los circuitos cerebrales se modifiquen para adaptarse a la sociedad actual. Ya no tenemos que correr o huir para sobrevivir, para evitar que un depredador nos cace, pero es nuestro pasado ancestral, está sellado en nuestro sistema y seguimos huyendo o reaccionando como si todo fuese un peligro eminente para nosotros. Entonces, ahora sabemos que las tendencias están moldeadas por nuestros antepasados, por un legado biológico, por nuestro karma, vida pasada, o como más te llegue entenderlo. Quieras o no, tenemos esa carga. ¿Qué es lo que hacemos con eso que tenemos dentro que es nuestro y a la vez creemos que no? Sin olvidarnos de nuestras propias experiencias de vida y cultura. Es muy loco imaginar que esa sensación de ira que sentí meses atrás cuando el ascensor se rompió y tuve que subir 7 pisos por las escaleras se remonta a 20 años o a miles y millones de años atrás, quizás cuando vi que mataron a algún ser querido de mi tribu pero tuve que seguir sin permitirme el duelo para sobrevivir. Es muy loco. Pero si se analiza con pausa tiene mucho sentido "lógico". Todas y cada una de nuestras reacciones se disparan por una emoción cuyo origen muchas veces no lo sabemos porque no lo recordamos, porque pasaron hace tanto tiempo que nos olvidamos la situación que las dejó inscritas en nuestro circuito neurológico, pero sí sabemos cómo se sintió porque aún lo sentimos. Un gran cambio en mi vida y en mi forma de razonar se dio cuando descubrí la amígdala y su función, en otro momento lo compartiré más detalladamente junto con la evolución del cerebro, pero hoy quiero ubicarme en el hecho de que algo tan pero tan chiquito sea la responsable de que nosotros actuemos por impulso, como se dice "sin pensar". Desde que nacemos, en realidad desde antes pero otro día se los cuento, absorbemos todo lo que nos rodea: bueno y malo. Somos una esponja que chupa todo y crea asociaciones en nuestro cerebro, patrones, reacciones que se integran en nosotros cuando todavía no sabemos siquiera hablar. Es decir, ya tenemos en nosotros las emociones sin poder expresarlas para comprenderlas porque todavía no tenemos las palabras! Luego, crecemos y actuamos, y a veces, quizás, un día teniendo una charla con alguien un gesto que hizo, una palabra que dijo, un movimiento que dio, un aroma que cruzó el ambiente te produce un estallido emocional que te hace contestar mal, enojarte, ofenderte, dolerte, tal vez producirte miedo y sentir la necesidad de irte... miles de reacciones; pero después de que dejaste a ese impulso ser libre lo dejas pasar sin entender qué fue lo que sucedió, o, si tenés la gran iluminación y voluntad; pausas y analizas. Como hice yo después de casi un tercio de mi vida. Los estallidos emocionales son asaltos nerviosos disparados por la amígdala. Se produce en un instante, mediante una asociación de lo que sucede ahora con la experiencia pasada almacenada en ese pedacito de "almendra" llamada amígdala. Ya le tengo mucho cariño. Resulta que cuando alguno de nuestros sentidos percibió esa palabra, ese movimiento, ese gesto... antes de que la información llegue a la neocorteza para vislumbrar plenamente lo que está ocurriendo la recibió la amígdala y declaró una emergencia en el cerebro que desencadenó que te suden las manos, que palpite tu corazón con intensidad, que se te arrugue la cara, que se te endurezcan los músculos y reacciones de la forma en que reaccionaste. Es muy reconfortarte saber que tu reacción tiene un porqué, y mas aún saber de donde vienen, para qué y comprender que esa situación o persona que te la disparó es solo un espejo que te indica que eso no lo tenés resuelto, y de seguro tampoco ellos, pero lo importante es entender de una vez por todas que no venimos de un repollo sin ancestros, cargamos con muchísimo. Por eso, lo que hacemos y decimos hoy se basa en lo que heredamos y absorbimos, si buscamos la raíz de la reacción de hoy puedo asegurar que ese patrón se rompe, que se puede crear un nuevo circuito nervioso para que la amígdala modifique esas asociaciones y que nuestra futura descendencia reciba una sana genética y una mejor herencia.