Me enorgullezco de no reclamar por la igualdad de las personas. Primero, porque no sé quién puede hacerse eco de ese pedido. ¿Alguien te va a venir a proveer de dicho derecho? ¿Seguís creyendo en la existencia de Papá Noel?
Y segundo, porque no creo que esa igualdad deseada exista. Es preferible notar, distinguir, que somos todos distintos, y desde ahí buscar alcanzar la realización personal.
Ese reclamo de igualdad lo siento más como una forma de lavar culpas de aquellos que ven que no todos están en las mismas condiciones pero les gustaría que así sea. Todo en modo condicional, apenas una vía de escape de la realidad misma que se encarga de dejarnos patente la unicidad del individuo y sus capacidades.
Somos distintos. Estamos unidos, sí, por el Universo mismo, lo cual no quita que tengamos que hacernos cargo de la posibilidad de expresar de esa forma única lo que nos ocurre dentro. Sin refugiarse, más bien sacando a relucir, poniéndose en juego.
El que se asume distinto está varios pasos delante del que pretende un mundo ideal pero que no sabe ni se sentó a planear cómo conseguirlo.
Sos un distinto. Y será indistinto el enojo que asumas para reclamar la igualdad, porque lo que no es cae en costal vacío, y da paso a los que sí quieran afirmar su verdad, irrepetible, aquí y ahora, sin igualdades que sofoquen la asunción de que lo que digas y hagas será producto de tu especial perspectiva. Única, y desde allí ideal. No falta nada, es la hora de animarse.