Lo ha dicho recientemente Clemente, de particulares gustos futbolísticos. Pero el tema en cuestión planea desde hace tiempo por algunos mentideros de tertulia futbolera. Básicamente en Madrid y en el entorno madridista. Cada vez son más los que opinan que el juego del Madrid es más atractivo para el espectador que el culé. Por su dinamismo, por la velocidad de sus transiciones y por la belleza estética de sus jinetes al galope en busca de la meta contraria. En contraposición al Barça, claro, que encarna la filosofía contraria. Donde el Madrid aprieta el acelerador, el Barça pone la pausa, acumula futbolistas en la medular y presiona en campo contrario para asfixiar a las herméticas defensas rivales hasta encontrar el hueco, fruto de la extenuación, por el que demoler a su oponente. Si fueran púgiles, el Barça sería el perfecto representante del fino estilista y, el Madrid, el duro fajador. No obstante y aunque nadie en su sano juicio cuestiona la superioridad técnica del Barcelona, no conviene hacer del tópico simplista, ley.
El Madrid no solo explota su potencia con espacios, también desarrolla un fútbol de muchísimos quilates. Plantarse en la portería contraria en tan pocos pases, a esa velocidad y haciendo esas transiciones de manera tan precisa, requiere altas dosis de calidad. A su vez, no solo del balón vive el Barça. Defensivamente es un equipo espectacular, trabajado y perfectamente armónico. Y a ello le añade un espíritu de lucha incuestionable que le permite batirse el cobre en situaciones adversas, como bien pudo verse en el duelo liguero de San Mamés.
El Barça dominante de los últimos años es la causa y el actual Madrid, el efecto. O su antídoto. Si bien es cierto que los fichajes galácticos de Cristiano Ronaldo, Kaká o Benzema condicionaron bastante la manera de jugar del Madrid, derivándola al juego veloz y de contragolpe letal, de la misma manera que los tocones del Barça condicionan su tipología de juego, el éxito del Barça reciente también ha determinado el camino por el que ha optado el Madrid. Y no es la primera vez. Capello, en la temporada 2006-2007 tuvo que hacer frente a un Barça arrollador, bien
dirigido por Rijkaard en el banquillo y por la fantasía de Ronaldinho en el césped. Capello, que ya terminó con el exitismo del Dream Team de Cruyff en la histórica final de Atenas ’94, tenía ante sí el encargo de dar carpetazo al ciclo victorioso azulgrana. Y puso en marcha el antídoto. Potenció la pegada del equipo con la llegada de Van Nistelrooy, blindó la medular con jugadores de trabajo y recuperación (Emerson y Diarra) y arengó a la devaluada plantilla blanca hasta convertirla en un equipo de guerreros que desconocían el desaliento. Así se ganó la Liga del Clavo Ardiendo, inolvidable para el espectador.
Funcionó en su momento y, pese a que Mourinho y su proyecto tienen particularidades que Capello y su proyecto no tenían, el Madrid actual ha seguido un camino paralelo. Mourinho, a diferencia de Pellegrini que apostó por un fútbol de más posesión, ha marcado la pauta desde el primer día. El Madrid de Mou debe imponerse al Barça por quilos, centímetros y velocidad. Sin ser un equipo ramplón, porque, como decíamos, para jugar como juega el Madrid ahora hay que jugar muy bien al fútbol.
Así convergen y conviven dos estilos cada vez más definidos y antagonistas. Y parece ser que las dos respectivas parroquias aceptan encantadas la manera de jugar de sus dos equipos. La comunión del pueblo barcelonista con los chicos de Pep es absoluta. Por el mismo camino va el madridismo, que históricamente prefirió un fútbol más germano, más directo y demoledor, a diferencia de las influencias holandesas tan propias de la filosofía Barça. No sabemos qué pasará este año. Cómo se repartirán los títulos los dos colosos. Cuánto más durará el ciclo del Barça triomfant o lo que es lo mismo, cuándo logrará el joven Madrid hacerse con la hegemonía. En el camino, el deleite para el aficionado y un debate que trasciende al resultado. Estéticamente, ¿qué resulta más atractivo, ver al Barça o al Madrid? Cuestión de pareceres, de filias y de fobias. Madrid y Barça. Barça y Madrid. Y siempre aquello de, ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio.