Revista Psicología
Un día salí a pasear al lado del mar.
La brisa marina me sumergia en recuerdos de mi infancia.
Aquella misma brisa que hoy me acariciaba la cara, me saludaba cuando no era más que una niña.
Entonces lo supe.
Todo pasa y nada permanece.
Las olas del mar se desvanecen a cada paso.
Nuestras vivencias se sumergen en la nada del ahora.
Al final sólo queda el amor.
El fuego de mi mente me hizo debatirme entre si creer en mis intuiciones o agarrarme a lo que todos decían (la vida es algo serio y si no eres una triunfadora no eres nadie).
Decidí hacerme caso a mi misma y mis pensamientos se derritieron con el agua salada.
Allí sigo yo. En la orilla del mar. Respirando el aire fresco del ahora. Sin miedos ni preocupaciones.
La tierra se ha abierto para darme su regalo de vida y el sabor picante que siento no es más que la felicidad de ser y estar.
Todo pasa, sí. Y todo llega.
Sea como sea, seremos y nada lo parará.
Tú decides como vivirlo.
Con alegría, risas y amor o con la pena del agua que ahoga las vivencias más simples,
Eres parte del agua y parte del fuego.
Eres la tierra, la arena y la sal.
Puedes estar sin más.
Y puedes ser el ser feliz que fuiste.
Cuando mañana abras los ojos por primera vez, respira el mar y conviértete en tus sueños.
Que el viento acaricie tú cara. El agua te refresque el cuerpo. La tierra te de raíces para enredarte en ella. El aire entre sin problemas en ti y la mecha de tu fuego interior sea tu vida.
Diviértete mientras puedas.