Revista Diario

Divina providencia

Por Sory
He de decir que he vuelto de África con una fe renovada. Fe en las personas que forman mi Iglesia, ya que sin ellos lo habríamos tenido muy difícil. Ha querido el destino que sean ellos quienes aseguraran nuestro bienestar a lo largo del camino.
Todo empezó cuando al llegar allí, la organización que nos había llevado hasta el lugar más inhóspito del mundo, la fundación "Vie pour Tous", nos abandonó en un lugar donde nuestros suministros de comida no estaban asegurados, a excepción de los 25 kilos de arroz, algunas piñas y unas pocas latas de tomate. Parece ser que el trato que habían hecho en España de ocuparse de nuestra manutención a cambio de que nuestra asistencia sanitaria fuera gratuita, se les había olvidado. El caso es que allí nos quedamos, sin agua potable, con luz a ratos y con comida limitada, sin volver a saber nada de ellos hasta que no tocó volver a casa. Tampoco nos habían dejado cambiar dinero, así que no teníamos francos CFA que poder gastar en nuestra manutención.
Así las cosas, y cuando ya lo poco que teníamos (leche en polvo, cacao, galletas y hasta batidos de cuidados paliativos que habíamos llevado desde España), se acabó, recibimos un e-mail de unas monjas panameñas, de la Pequeña Familia de María, con las que habíamos intentado contactar antes de llegar a Benin. Una llamada de teléfono y al día siguiente se subieron en un coche las 4 horas que las separaban de dónde vivíamos, con el maletero lleno de comida, dinero para que pudiéramos cambiar y hasta cervezas. Ese día si que vino Dios a vernos. Ellas tenían un dispensario en Natittingou, y estábamos seguras de que harían mejor uso de todo el material médico que habíamos llevado desde Madrid, así que a ellas se lo dimos. Además conocían a gente en Banikoara, por lo que a partir de entonces tuvimos contactos que nos acompañaran a comprar o nos enseñaran cosas básicas en la vida africana (véase la entrada de como matar un pollo).
Incluso nos organizaron el viaje por la Pendjari, que fue un jarro de agua fresca que renovó nuestras fuerzas en medio de tanto calor. Cuando íbamos hacia el parque natural, dormimos una noche con ellas. Nos dieron hasta natillas, ¡qué ricas! y una cama con mosquitera donde pasamos la noche. Nos enseñaron el hospital que están haciendo para descargar un poco al de Tangietta, que es una estructura admirable. Limpio, grande, con luz, y con unos recursos muy bien gestionados. Vamos, un sitio donde hacen mucho bien.
Al volver de ese viaje, aprovechamos para visitar el hospital de Tangietta, centro de referencia del país, y de los de alrededor, muy bien organizado. Allí nos recibió Sor Cristina, de Parla, yo sabía de ella por Pascual al que tuve la suerte de conocer por casualidad cuando me acerqué al hospital de Ciudad Real para ver como andaba el servicio de cirugía. La religiosa nos enseñó los recovecos de las instalaciones, antes de ofrecernos otro vaso de agua fría esta vez con el sabor que deja en ella el sirope de baobab. Viene a ser algo así como las lembas del camino, para los que conozcais el Señor de los Anillos.
Tras este viaje volvimos a nuestra vida en Banikoara. De nuevo quiso la divina providencia encontrarse en nuestro camino, cuando Javi habló con su madre, que es enfermera en el Clínico, y habían tenido como paciente a un cura español, que trabajaba en Bembereké, a medio camino entre Banikoara y Parakou, y que iba a volver al país africano tres días más tarde. Como nos dejó su teléfono, le llamamos, y nos pusimos en contacto con él.
Cuando vino a recogernos un chófer de la fundación (aparecieron de nuevo después de que ya habíamos pedido ayuda al consulado de España en Benin, ante la perspectiva de poder perder el avión), le pedimos que parara allí, porque teníamos un recado (lo que se conoce como hacer la 3-14) Una vez allí, bajamos el equipaje y les dijimos aquello de: "¿Sabes contar? Pues no cuentes conmigo" y nos quedamos en la misión española que el padre Alejandro ha construido allí. La verdad es que es increíble lo que ha conseguido ese hombre, que lleva allí solo 7 años. Bueno, solo no está, porque se ha buscado amigos africanos a los que ha enseñado a hacer paella y una de las mejores tortillas de patatas que he probado en mi vida.
Este sacerdote, ha montado un internado donde los chavales pueden estudiar, y hasta dormir en camas, algo que en África es muy poco frecuente. Hay aulas, biblioteca, y les ayuda con la comida cuando se quedan sin suministros. Vamos, que allí ves que el dinero que se manda sirve para hacer algo bueno y no sólo para sacarlo un poco más blanco, como era el caso de la fundación que nos llevó hasta allí.
El padre nos dejó dinero para volver, que ya le hemos transferido desde España, nos acogió en su casa, y nos enseñó que hay personas que trabajan en silencio entregando su vida por una causa en la que creen. Fue nuestro último ángel de la guarda, de los que no nos faltaron a lo largo del viaje.
Gracias a toda la buena gente que forma nuestra Iglesia.

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