Durante la etapa visigoda, y especialmente durante los reinados de Leovigildo y Recaredo, la unificación política se hace acompañar de una unificación religiosa. Iglesia y Estado se expanden por la Península, con la excepción de los territorios controlados por astures, cántabros y vascones.
La Iglesia visigoda continúa con la antigua división regional constituida en el anterior periodo romano. Así, la Península Ibérica queda dividida en cinco provincias eclesiásticas: Tarraconensis, Cartaginensis, Baetica, Lusitania y Gallaecia.
La sede metropolitana de la Tarraconensis se sitúa en Tarraco. Junto a ella, numerosas ciudades reciben un obispado, como Barcino, Emporium, Urgellum, Pompaelo, Caesaraugusta o Dertosa, entre otras. En la Cartageninsis, la capitalidad religiosa recae en Toletum, y las sedes de los obispados se sitúan en ciudades como Pallantia, Recópolis, Valentia o Carthago Spartaria.
La Iglesia de la Baetica sitúa su sede metropolitana en Hispalis. Entre sus obispados destacan los de Corduba, Iliberris o Malaca. En la Lusitania, la sede principal se encuentra en Emerita, siendo Pax Iulia, Ebora, Olisipo, Salmantica o Avela sedes de obispos. Por último, la región menos romanizada, Gallaecia, recibe también un número menor de sedes eclesiásticas. Así, Bracara es su sede metropolitana, y los obispados se sitúan en ciudades como Asturica, Lucus, Iria o Auria, entre otras.
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Revista Cultura y Ocio
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